El 6 de Febrero del año mil novecientos ochentisiete, salimos con el Cessna YV2113, de Ramón Magual, junto con el Capitán Antonio Urbina, rumbo a Calabozo, para recoger a Ulises y seguir el vuelo hacia El Troncón, Hato de su propiedad que se encuentra ubicado a orillas del río San José al Sur del Estado Guárico.
Este hato es uno de los más antiguos en Guárico, ya que nos cuenta Ulises su actual propietario, fue fundado por su padre cuando la Compañía Inglesa comenzó a comprar tierras para establecerse en los llanos venezolanos y adquirió los terrenos al Sur del Troncón, que todavía posee, pero que se encuentran abandonados.
Como no conocíamos la ubicación desde el aire, invité a Ulises que se me sentara en el puesto del Copiloto, para que me fuera indicando la ruta a seguir, además de que en ésa posición, me iba a garantizar que el balance del avión no iba a ser afectado por los ciento veinte kilos que posee nuestro buen amigo. El único miedo que yo tenía era que como él había volado poco en éstos aviones pequeños, no me fuera a agarrar el timón del copiloto y hacernos pasar un susto, después de las instrucciones debidas y de fijar bien atrás su asiento, carreteamos hasta la cabecera de la pista y despegamos rumbo al Sureste de Calabozo. Para evitar perdernos me mantuve a baja altura y Ulises, una vez en el aire, me fue indicando que siguiera una carretera que teníamos abajo y que al rato de seguirla me fijé era la que conduce al pueblo de El Calvario que se veía a lo lejos, Ulises me indicó que cruzara hacia la derecha y siguiera otra carretera de tierra lo cual seguí al pié de la letra y a unos veinte minutos de vuelo me dijo que pelara el ojo porque ya estábamos cerca de la casa del Hato. Esta es la primera vez que yo como piloto nuevo, sigo un “Rumbo carretero”, y en son de mamadera de gallo se lo hice saber a mis compañeros, al pasar el río San José, Ulises me indicó una casa a los lejos y me dijo que era la del Troncón, dirigiéndome hacia la izquierda para ubicar la pista. En realidad era la primera vez que una avioneta iba a aterrizar en dicha pista, que no era otra cosa que un estero seco por el verano, que había sido aplanado para que pudiéramos aterrizar, al pasar por primera vez vi unas cuantas reses pastando y decidí hacer un segundo pasaje rasante para auyentarlas, cuando me iba acercando aceleré el motor a fondo para volver a coger altura y en ése preciso momento el motor comenzó a temblar sin agarrar la aceleración debida, por lo que inmediatamente me asomé por la ventanilla lateral pensando en poner el avión en el primer claro que encontrara, el momento fue muy crítico y como vi que no perdíamos altura decidí dar la vuelta y hacer la aproximación como era debido. A Dios gracias nos mantuvimos en el aire hasta llegar de nuevo a la cabecera y como dicen los llaneros “por mano de Dios”, el ganado se había espantado, por lo que puse el avión lo mas corto posible y frené para evitar llegar al final de la pista. Ya en tierra, me di cuenta que el avión seguía con la falla ya que no aceleraba como era debido y nos devolvimos hasta la cabecera donde ya nos estaba esperando el hijo de Ulises con la camioneta para llevar los equipajes para la casa que se encuentra a unos doscientos metros de la pista.
Bajando la carga del avión nos dijo el pariente (Así nos llamamos Antonio Urbina y yo), que en realidad cuando el avión comenzó a fallar no fue el motor el que lo mantuvo en el aire, sino la chupada de aire que echó él con el rabo, lo que nos mantuvo flotando, éstas ocurrencias y su gran espíritu cordial hacen de Antonio, un personaje especial para viajar con el a cualquier parte, garantizando un cúmulo de ocurrencias y chistes que alegran al mas pintado.
Como no tenía muchas ganas de trabajar mecánica, dejamos el avión tranquilo y nos fuimos a la casa a celebrar la llegada.
La casa del Hato es muy antigua y sus paredes de bahareque retratan los años que tiene de hecha. Ulises sacó una botella de Ron que llevaba y para no quedarnos atrás, nosotros sacamos una de whiskey y allí comenzó el desorden. Nos sentamos en una mesa en el patio debajo de una mata de mango que por el diámetro de su tronco debe tener mas de cien años y que da una sombra y un frescor muy agradable al sitio, cuando le fui a servir un trago de Ron a Ulises soltó por primera vez aquel dicho de “De a poquito, pero a cada ratico”, con lo que me indicaba que no le echara mucho ron, pero que me preparara para lo mucho que iba a tener que servir.
Ramón no nos acompañó ya que nos tiene acostumbrados a que en los viajes de cacería o pesca en que iba con nosotros no bebía, pues según él
tiene que hacerlo obligado por su trabajo durante la semana y así descansa
los sábados y domingos.
Sentados alrededor de la mesa rectangular de madera con que cuenta la casa del Troncón, comenzaron los cuentos y anécdotas de siempre todos regados con cualquier cantidad de tragos y brindis, dentro de la más grata cordialidad. Estando en esto me fijé que tanto el agua para beber, como la de cocinar, la sacaban de una batea de madera, hecha con un tronco de árbol ahuecado por arriba y protegido con una tapa, colocada sobre unas bases hechas con troncos en forma de “Y”, ubicada a un lado de la cocina y al preguntarle a Ulises, nos comentó que debido a esa agua era que su salud es de hierro y no lo aqueja ningún tipo de enfermedad. La curiosidad se hizo presente y ante esto fue y sacó una taza de agua y nos la hizo probar a todos. El agua tiene un sabor raro, pero agradable y un tenue olor perfumado, que se lo da la “Tacamajaca”. Ante la curiosidad general, sacó de la batea una pequeña pelota de resina vidriosa y transparente, que extraen, haciéndoles cortes a un árbol del mismo nombre, así como se hace con el árbol del caucho y que además de lo dicho anteriormente, nos cuenta que purifica el agua y no deja que se críe ningún tipo de microbios en la batea. Viene al recuerdo “La Tacamajaca de Ña Leandra”, que aparece en nuestros libros de Historia, refiriéndose a la misma resina, que le ponía dicha señora al agua que bebía nuestro Libertador y que muchos de nuestros compatriotas no tienen ni la menor idea de que se trata.
Estando en esto Ramón, desempacó su rifle de alta potencia y nos dijo que iba a blanquear la mira, ya que teníamos que tenerlo preparado para la cacería que vamos a hacer ésta noche. Nos fuimos hacia el frente de la casa y colocamos varios blancos, en la cerca de alambre de púas, mientras Ramón le colocaba la mira telescópica al rifle, adaptándole
el colimador, especie de mira telescópica que sirve para cuadrar la mira del rifle.
Después de varios disparos ya pegaba bien en los blancos, colocados a unos cincuenta metros de distancia. Seguidamente aparecieron todas las armas que llevábamos y cada uno disparó a su gusto tratando de fijar lo mejor posible la puntería.
En esto le dije al tigre Domingo Morao, quien se vino en su camioneta pick up por carretera, que nos acercáramos a la pista, para pasarle un tronco que tenía Ulises cortado para aplanar la pista y limpiarla un poco. Esto es una costumbre muy llanera, ya que como en los esteros no hay ninguna piedra y el suelo es arenoso, es muy fácil el aplanar el terreno para hacer una buena pista de aterrizaje, cortando los pocos bejucos que pudiera haber. Así lo hicimos y quedó bastante bien el trabajo realizado, aparte de que tiene una perfecta ubicación con el viento, cosa que la hace segura y utilizable para nuestras avionetas.
Satisfechos con el trabajo realizado fuimos de regreso a la casa y ya todos estaban preparados para el lance de cacería. Ramón llevaba un foco que se instala a la batería del carro y que es muy potente para encandilar los venados. No había oscurecido cuando salimos con la pick up a recorrer la sabana, en la cabina iban Morao y Antonio y en la parte de atrás el hijo de Ulises iba lampareando, Ramón llevaba el rifle y yo iba con la escopeta para asegurar el tiro en caso de fallar el primero. En una media hora de recorrer la sabana apareció el primer candil, con la señal de costumbre, que son dos golpes en el techo de la cabina, le indicamos al chofer que debía detenerse, el venado se quedó encandilado con el chorro de luz que emite la linterna y de inmediato Ramón le disparó, dejándolo en el humo. Lo recogimos y seguimos la cacería, ésta vez el turno para disparar con el rifle le tocó a Antonio, cuando había pasado una media hora el hijo de Ulises le dijo a Morao que se parara y bajándose de la camioneta se alejó unos veinte metros y le pegó candela al monte, a mi aquello me pareció un poco raro, pero cuando lo hizo por tercera vez, no pude reprimir la curiosidad y le pregunté el porque de aquella quemazón. Nos contó que éste es el tiempo de quemar el monte, pues está muy cercano el invierno (Se llama así a la temporada de lluvias), y es el mejor momento para quemar para así “conservar la sabana”.
A mi no me gustó mucho la cosa, pero ésta es una práctica que se realiza en todo el país, el quemar para que se renueve el pasto ya que los suelos llaneros tienen muy pocos nutrientes y el ganado no lo come cuando está muy seco ya que les corta la lengua; al quemarlo queda el mogote con las raíces y al caer las primeras lluvias retoña, abonado por el carbón que queda de las quemas y ése retoño sí lo come el ganado, ya que es mas blando y nutre mejor. Tengo que hacer la salvedad de que ésta práctica repetida en el transcurso de los años, hace que los suelos se empobrezcan, pierdan los nutrientes y a la larga las sabanas se conviertan en medanales, como el caso de los que se han formado al Sur de San Fernando de Apure, en las orillas del río Cunaviche en el paso de Las Mercedes y en el Capanáparo en San Pablo, que con el tiempo van a superar a los del Estado Falcón, si continúan echando candela.
Seguimos el recorrido, lampareándo con muy mala suerte ya que no encontramos nada. Regresamos a la casa y Ulises nos estaba esperando, con unos frijoles preparados por su esposa, y unas arepas muy sabrosas.
Después de la comida, regada con abundante whiskey, ron y cervezas, nos sentamos alrededor de la mesa a echar cuentos y chistes de los viajes anteriores. Cada vez que iba a servir los tragos, Ulises me repetía aquello de “De a poquito, pero a cada ratíco”, el sueño fue venciendo uno por uno a todos los del grupo y con la excusa de que mañana teníamos que madrugar para ir a buscar a los báquiros se fueron acostando disminuyendo el grupo, hasta que quedamos solamente Ulises y yo. No sé con cual malsana intención, me había propuesto rascar a nuestro anfitrión y traté de seguirle el ritmo en la bebida, no dándome cuenta que su volumen corporal duplicaba al mío, pero así seguimos bebiendo y echando cuentos, hasta que se me ocurrió ir al baño.
Comencé a caminar hacia el frente de la casa en la oscuridad y dentro de aquella descomunal rasca, yo si sentía que la caminata se estaba alargando mucho, cuando de pronto me quede pegado a la cerca de alambre, que por supuesto no vi y que a Dios gracias me paro camino a no sé dónde y que pensándolo bien, de no haber estado allí, todavía estuviera caminado por esas sabanas del llano. Ubicándome con las luces a mis espaldas, regresé hacia la casa y cuando traté de encontrar otra botella de ron, en la oscuridad, no vi la puerta del cuarto, por lo que me fui de cabeza por la ventana y por último riéndome por lo que me estaba pasando, no se como llegué hasta la mesa donde Ulises no podía con el dolor de barriga, ya que él también estaba muerto de la risa al ver la tremenda rasca que había agarrado. La verdad es que no sé como ni cuando nos fuimos acostar, ni mucho menos la forma en que pude ubicar el chinchorro mío que a Dios gracias, había guindado al llegar de cacería.
Todavía no había agarrado el sueño cuando comenzaron los preparativos para la cacería de los báquiros, estaba oscuro y con las primeras luces del alba el escándalo del grupo me hizo desperezarme y al darme cuenta de lo que estába pasando ya todos estaban listos, con sus bragas de cacería y sus armas, montándose en la camioneta; no se como me vestí con la braga camuflada y a duras penas me monté en la parte de atrás de la pick up. Al rato de recorrer la sabana en dirección al río, yo si notaba que de reojo los demás me miraban y se reían. De pronto en las costas del río alguien vio un venado que asustado por el carro pegó la carrera hacia los matorrales y se perdió. Yo casi ni me entero, tal era la rasca que todavía cargaba arriba. Cuando llegamos al sitio donde comenzaba la caminata, para buscar los báquiros en las orillas del río San José, el pariente me preguntó medio sonriente que si yo pensaba matar algún bicho con la caña y la caja de pescar, le contesté que fue una pequeña equivocación y disculpándome les dije que no me encontraba en condiciones de caminar, por lo que era mejor que me dejaran en algún sitio donde poder echar unos anzuelazos y tratar de pescar algo. Se bajaron los cazadores a caminar río abajo por la margen izquierda y yo seguí con el hijo de Ulises, en la camioneta, hasta un pozo de unos veinte metros de largo por unos ocho de ancho donde me dejó pescando solo ya que él tenía que ir a ayudar a recoger un ganado con los demás llaneros del Hato.
Hay momentos en nuestra vida en que, el amor propio, nos hace reflexionar, me sentí tan minimizado física y mentalmente que me prometí a mí mismo no volver a beber mas nunca y esto se cumplió al pié de la letra por dos meses; con un Sol ardiente se me pasó lo que me quedaba de la rasca y cuando tuve un poquito de lucidez me di cuenta que, lo que estaba haciendo era una locura, ya que estaba sin ninguna arma para defenderme en caso de aparecer algún tigre ó cualquier otro animal peligroso, sin embargo seguí tirando el señuelo en todo los recodos del pozo, sin éxito ya que no había ni siquiera sardinas para entretenerse. Pasaron dos largas horas, hasta que sentí el ruido del motor de la camioneta acercándose a mí, era el hijo de Ulises, quien venia a buscarme y después rodamos hasta el supuesto punto de encuentro con los cazadores, que era un recodo del río, mas abajo de donde los habíamos dejado. Estuvimos esperando mas de media hora, pero no apareció nadie y ante la presunción que se habían ido para la casa del Hato, regresamos y al llegar, la sorpresa fue grande pues no tenían noticia de los cazadores. Nos refrescamos un poco con el agua sabrosa de la batea donde está la Tacamajaca, y aquello me supo a gloria, pues la resequedad que tenía en la boca era tremenda, ya que me había quedado a la orilla del pozo sin nada para tomar. Nos montamos en la camioneta de nuevo y regresamos al sitio de encuentro en el cual estuvimos como una hora, sin noticia de los cazadores.
De nuevo de regreso a la casa, nos encontramos al grupo que ya habían llegado caminando muertos de sed y recalentados por la larga caminata. El pariente volvió a hacer uso de su chispa y nos dijo que él se había metido a la marina para no tener que caminar (es capitán de la Marina de Guerra), y ahora esto era un castigo de Dios, ya que el nunca había sido cazador y mucho menos del tipo de cacería “A la sordina”, que es la que acababan de realizar, caminando por el monte y buscando a los animales. Menos mal que dentro de todo les fue bastante bien pues consiguieron el rebaño de báquiros y cobraron dos piezas, que tuvieron que cargar de regreso hasta la casa, claro con la consiguiente mamadera de gallo del “pariente”, diciendo que lo convirtieron en “caletero”, cargando animales por esos montes de Dios. El reencuentro se convirtió en un devenir de vivencias y situaciones cómicas de las cuales uno siempre va a disfrutar ya que cada quién lo siente y relata en forma distinta, lo pesado del báquiro cargado al hombro, que hace que uno se pare cada cincuenta metros por el cansancio, los resbalones a la orilla del río, la carrera de uno al encontrar a los animales y tratar de asegurar el tiro con los báquiros corriendo y pensando que hay que tener cuidado al disparar para no pegarle a uno de los compañeros etc. son parte de éstas cacerías que las hacen mas interesantes y atractivas.
A todas éstas la esposa de Ulises, dama adaptada a todos éstos viájes en grupo, y quien posee un sentido especial muy agradable para atender a todos los que llegan a su casa, ya nos tenía preparadas unas arepas deliciosas, hechas en el budare sobre leña y un piscillo de venado que acompañado de frijoles frescos que siembran cerca a la casa hizo de ésta una reunión muy especial y difícil de olvidar.
A pesar de haber viajado al llano muchas veces, ésta es la primera vez que pruebo la carne de venado en picillo, como todos saben, ésta es una carne bastante seca y algo dura que hay que saber aliñar para no perder su sabor natural y la parte más interesante es que una vez que la carne está preparada, se corta en pedazos pequeños y se mete en un mortero para hacer una especie de masa fibrosa con un sabor exquisito, que acompañado de los frijoles tiernos y unas tajadas de plátanos maduros, todo esto acompañado de las arepas a la leña, hacen de éste almuerzo llanero una delicia muy difícil de olvidar.
Los momentos felices son muy efímeros y no sé, si a todos les pasa lo mismo, pero a mí, en el recuerdo, tengo una sensación de perder partes de mi vida al no memorizar situaciones ó vivencias, como en éste caso de estar en un sitio donde todos demuestran intenciones de disfrutar la compañía y lograr que ése sentimiento llamado amistad se haga presente, más, es muy difícil retratar a un grupo de seres humanos en un sitio en el cual te aportan todo lo que uno desea recibir, tal el caso de atenciones, familiaridad y ganas de hacerte sentir de lo mejor, para que te lleves tan gratos recuerdos del sitio y ese es el caso de Ulíses Hernandez y su familia, los cuales se desvivieron por hacernos sentir de lo mejor.
Cerca del mediodía le dije a Ramón que ya era hora de probar si el avión seguía con la falla y nos fuimos con la camioneta de Morao hasta la pista, prendí el motor y dejando que se calentara lo suficiente, fui carreteando hasta la cabecera contraria, no notando nada irregular, por lo que regresé y decidí hacer un vuelo de prueba, yo solo, para evitar arriesgar a los otros sin necesidad. Todo funcionó bien y después de hacer un toque y despegue, consideré que el avión se encontraba en perfectas condiciones para el vuelo de regreso. Esta falla de funcionamiento, el 2113P, me lo volvió a hacer en otro viaje cuando regresábamos de Los Roques y nos metimos en un hueco entre las nubes descendiendo en círculos y se apagó el motor completamente, por lo que viré rumbo Norte, ya que estabamos supuestamente sobre el dique de Lagartijos y con rumbo Norte salíamos de la zona de los cerros; ya dentro de la nube, sin ningún tipo de visibilidad, hice el procedimiento de emergencia y logré prender de nuevo la maquina, lo que nos indicó que había algo anormal y al llevarlo al Taller el mecánico nos dijo se trataba de la bomba mecánica de combustible que estaba fallando y se la cambió.
Mientras tanto Morao había ido hasta la casa, para recoger los equipos de los que viajábamos en el avión y los trajo hasta la cabecera en la camioneta por lo que procedimos a despedirnos de los que se iban por carretera ya que se trata de un viaje de unas dos horas hasta Calabozo y de seis horas hasta Caracas, nosotros en el avión teníamos que llevar de regreso a Ulises hasta Calabozo lo que representaba unos veinte minutos de vuelo y después volar hasta Caracas, a La Carlota que eran otros cuarenta minutos.
De llegada al Aeropuerto, después de descargar el avión y repartirnos el venado y parte de los báquiros, cada uno se despidió y llegamos de nuevo a nuestras casas reunirnos con nuestras respectivas familias.
Caracas, Marzo 5 del 2.000.
Por: Manuel A. Urbina P.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
3 comments:
Muy buenas tardes..., ¿ a que libro se refiere cuando menciona "ña Leandra"??
Estaba buscando el Google información sobre el Tacamajaca y me topé con éste singular relato, que me hizo recordar de los cuentos de cacería de mi padre y sus hermanos.
Gracias por compartir su vivencia y distraerme un momento de mi tarea.
Estaba buscando el Google información sobre el Tacamajaca y me topé con éste singular relato, que me hizo recordar de los cuentos de cacería de mi padre y sus hermanos.
Gracias por compartir su vivencia y distraerme un momento de mi tarea.
Post a Comment