Tuesday, February 5, 2008

LOS MONOS BLANCOS DEL PAPELON DE ORIS

El 5 de Febrero de 1.983, el socio Miguel me dijo que teníamos que llevar en el avión a Mauro, un minero del pueblo de La Paragua, que conoció por intermedio de su hermana hasta Ciudad Bolívar, ya que éste le había hablado de una mina de oro y diamantes, que a él le había descrito una vieja cocinera, que existía en el Alto Paragua y que según la señora tenía una buena producción antes de ser abandonada por los mineros, debido a una rara enfermedad que les dio a todos los que allí trabajaban. Miguel me convenció para emprender esta aventura, haciéndonos socios de Mauro y sus tres hermanos, para explotar dicha mina con el incentivo de conocer los bellos parajes de la zona selvática del Estado Bolívar.
Para completar el grupo, invité a mi cuñado Nelson Millán, a que nos acompañara, ya que me había mostrado interés en viajar con nosotros en el avión Cessna 206, hasta el Hato La Rompía, que teníamos en Apure a orillas del caño La Pica.
Decidimos salir hacia el hato el sábado muy temprano, desde el Aeropuerto de Valencia, donde estaba basado el YV-494-P, siglas de nuestro avión, para llevar la comida del encargado y pasar a saludarlos, y de paso aprovechar para echar una pequeña pescadita en el caño la Pica, cosa que se había convertido casi en una religión. Ramón Eulogio, el encargado del hato, nos recibió con mucha alegría y después de descargar el avión, saludar a la esposa de Ramón y sus hijos, nos preparamos a despegar de nuevo hasta la pista de Martín Tovar, que es la que nos queda mas cerca de la casa, a orillas del caño, donde siempre se pescan algunos pavones.
El vuelo es simplemente despegar y aterrizar, ya que la pista está hecha en un estero perpendicular a la pista de la casa y termina en al caño, donde por supuesto hay en la orilla unos palos altos que siempre forman la vegetación a orilla de los ríos y caños en el llano. La pequeña pista es sumamente crítica, ya que es muy corta, alrededor de trescientos metros, y la cabecera de salida es la que tiene dichos palos de una altura de mas ó menos cuatro metros y que obliga a hacer un buen aterrizaje ya que si no lo haces, hay un gran riesgo de mojarte los pies cayendo al agua.
La primera aproximación fue un poco alta y tuvimos que dar una vuelta en redondo para ubicarnos bien en la altura debida y poder tocar en la misma cabecera para poder frenar el aparato con cierta seguridad y llegar carreteando hasta cerca al campamento donde está un bote amarrado con una cadena con su respectivo candado descansando sobre una gran mesa de madera forrada en Fórmica blanca y una pequeña Churuata, a la cual se le cayó el techo de palma y solo queda el esqueleto de madera muy carcomido por las termitas que abundan en el llano. Dicho campamento fue mandado a hacer por el susodicho Martín Tovar, para tener un sitio donde llegar a pescar, pero ya hacia bastante tiempo que estaba abandonado.
Bajamos los equipos de pesca e inmediatamente me puse a hacer casting a unos cincuenta metros del avión; en una pequeña salida de caño que forma una madrevieja con unos bordes altos sobre el cauce del río, sacando varios pavones pequeños, los cuales nos servirían para la cena de ésta noche.
Esta parte del caño la Pica, tiene el atractivo de las zonas vírgenes, ya que para llegar allí, hay que navegar en bote desde los campamentos, que hicieron Quitino Galavís y Manuel Nuñez, cerca del paso de carretera entre el Hato Coco de Mono y La Rompía, mas ó menos una media hora y son pocos los que hacen éste recorrido por lo peligroso que puede significar el quedarse accidentado en un caño, en medio del llano y sin ninguna ayuda de parte de los lugareños, ya que las casas mas cercanas están a unos ocho ó diez kilómetros del sitio.
Después de pescar y disfrutar lo bello del paisaje, nos bañamos en un pequeño recodo del caño, el cual es de unas aguas transparentes, debido a que son aguas de lluvia y su fondo es de arenas blancas, las que en algunas partes forman playas que no tienen que envidiarles nada a cualquier playa marina, tal es éste atractivo que en épocas de carnavales y Semana Santa, todas éstas zonas se llenan de turistas que hacen campamentos en las orillas del río Cunaviche, Cunavichito, Capanaparo, La Pica y Cinaruco un poco mas al Sur.
La caída del Sol nos indicó que debíamos apresurarnos a recoger todo y abordar el avión lo mas pronto posible para llegar a la casa, cosa que no tardó mas de diez minutos; el despegue aun aprovechando al máximo todo el largo de la pista y teniendo el avión poco peso, con veinte grados de flaps para que flotara lo mas pronto posible y haciendo el procedimiento de despegues cortos, frenando en cabecera y metiendo toda la potencia hasta lograr que el aparato saltara, rugiendo los trescientos caballos del motor, hace que uno piense en lo cerca que está de la muerte, aunque se haya practicado muchas veces el procedimiento, uno sabe que cualquier cosa por mínima que sea que falle, puede resultar fatal. Los segundos que dura el despegue se hacen eternos y cuando se logra superar los árboles de la cabecera, uno respira con cierta tranquilidad, quedando al frente la inmensa llanura del Hato Coco de Mono y hacia el Norte todos los llanos del Estado Apure, con su infinidad de lagunas, ríos y esteros y a lo lejos hacia el Este se dibuja el Orinoco con un fondo de montañas formado por el macizo Guayanés.
Sin siquiera sacar los Flaps y con una vista maravillosa de atardecer llanero, me dispuse a aterrizar en la pista principal del Hato, cosa que de tanto hacerlo era pan comido, pues la buena ubicación con relación al viento, lo ancho y largo de la misma, daban mucha seguridad para los despegues y aterrizajes.
Curucuteándo en el recuerdo, en un viaje posterior que hicimos en ése mismo año al Hato, en los aviones de Carlos Alvarez, el 506-P, el Cessna 182 de Uta Zamora el 487-P y el 494-P de nosotros, los invitamos a pescar aterrizando en ésa pista los tres aviones y después de disfrutar del sitio y pescar un pabón de unos cuatro kilos y varios otros, despegué yo de primero para guiarlos y cuando estábamos dando la vuelta (en aviación se llama "piernas cruzadas con el viento"), al voltear para ver el despegue del tigre Carlos y tomar un poco de altura, vi que se le desplomó el avión casi llegando a los árboles en la orilla del caño y de repente tomó altura y pasó casi rozando las ramas mas altas, cuando llegamos al hato me dijo que no había fijado la fricción del acelerador y al despegar soltó la palanca para agarrar el timón con las dos manos, lo que casi les cuesta la vida a él y al tigre mayor Oswaldo Osuna, que Dios lo tenga en su gloria.
De ésa experiencia resultó que Uta mas nunca aterrizó en ésa pista y los demás la evitamos por el riesgo que representaba el despegue.
Ya en la casa, la esposa de Ramón se encargó de prepararnos una suculenta cena con los pabones y después de charlar un rato a la luz de las lámparas de kerossene, nos acostamos a dormir plácidamente.
La salida del Sol nos hizo bajar de los chinchorros y después de desayunar con las arepas, los huevos fritos y el queso blanco, nos despedimos de Ramón y su familia y emprendimos el vuelo hacia Ciudad Bolívar; el llano amaneciendo tiene un sin fin de colores, en los que predominan los tonos verdes y hacia el horizonte los rayos del Sol comienzan a inundar las sabanas con tonalidades diversas de un amarillo que comienza en dorado oscuro y va tejiendo el cielo con capas más claras hasta llegar al blanco y los esteros y ríos reflejan cual espejos de plata lo inmenso de nuestro territorio. El vuelo desde la Rompía hasta Ciudad Bolívar es la primera vez que lo hacemos y para que mi cuñado se recreara con lo hermoso del paisaje que bordea al río Orinoco, seguí el rumbo del caño La Pica, hasta su desembocadura en el Capanaparo, donde se represa formando una especie de laguna larga que se va secando a medida que el verano se hace mas prolongado, sobrevolamos el Capanaparo hasta su delta donde le rinde tributo al Orinoco en las cercanías del Pueblo de La Urbana y también a poca distancia hacia el Sur está el delta del Cinaruco con sus playas de arena muy blanca que lleva sus aguas transparentes y su riqueza piscícola ya que es un río donde se crían las famosas zapoaras que se pescan en el principal río de nuestro país.
Volando a unos tres mil quinientos pies seguimos el curso del río, en un rumbo cardinal hacia el Este, disfrutando del contraste que se forma con las llanuras inmensas al norte del Orinoco y en cambio al Sur la vegetación se hace muy tramada con árboles muy grandes formando selvas impenetrables y formaciones de montañas selváticas que hacen que nuestro vuelo siga el curso del río por a la ribera Sur sin alejarnos mucho por razones de seguridad.
Con un mapa de carreteras tratamos de ubicar los pocos pueblos en las riberas y sólo los ríos tributarios que desembocan tanto por el Sur como por el Norte nos sirven de apoyo resaltando "Boca de Apure" por su gran caudal y las lagunas de Caicara cercanas al hato las Payaras donde solemos cazar en verano. Sobrevolamos a Caicara del Orinoco en la ribera Sur y hacia el Norte en la otra ribera Cabruta, donde recuerdo años atrás reparamos un caucho de la camioneta pick up en la que íbamos a cazar y pescar en el río Aguaro en el hato San José de Aguaro y noté que el cauchero con una especie de garra rayó el costado del caucho reparado y al yo preguntarle el porqué de aquello me dijo con cierta parsimonia que es por eso que lo llamaban "El Tigre", esto forma parte muy importante de nuestro folklore ya que estos personajes se distinguen en su entorno y a medida que pasa el tiempo, pasan a formar parte de nuestra historia.
A nuestra izquierda, al Norte del Orinoco, hacia el Estado Monagas comenzó aparecer un paisaje totalmente diferente, es como un gran colchón de vegetación de un verde oscuro que se destaca sobre las llanuras áridas circundantes y a medida que nos acercarnos pudimos disfrutar de lo bello de los bosques de pino de Uverito, la simetría de como están sembrados, la uniformidad de su tamaño y la cantidad enorme de pinos hace que uno piense que se trata de otro país, siendo uno obra que muy poco se ha ponderado en lo que respecta al futuro de la industria de pulpa y papel que va a generar y el gran impulso económico que va a revertir para éstas llanuras improductivas y hasta ahora abandonadas.
Siempre volando hacia el Este, no tardamos mucho en ver a lo lejos el Puente de Angostura y el perfil de las casas de Ciudad Bolívar en la ribera Sur del Orinoco, reportamos nuestro arribo a la Torre de Control y aterrizamos en la pista principal dirigiéndonos de inmediato hacia el sitio donde despachan el combustible para reabastecernos y después ir hasta Rutaca, la línea Aérea de nuestra bella amiga la Sra. Margaret vda. de Mares, quien es suegra de otra persona muy querida por nosotros por su don de gente y trato cordial, el Capitán Eugenio Molina y a quien tenemos infinidad de cosas que agradecer, entre otras, que nos haya incentivado el gusto por la aviación y nos motivara a comprar nuestro 206, el cual por supuesto está siempre siendo mantenido por su Taller mecánico. Muy a nuestro pesar no pudimos saludarlo ya que se encontraba volando y debía regresar en el transcurso de la tarde.
Aprovechamos de continuar el vuelo hacia el pueblo de La Paragua, para recoger a uno de los hermanos de Mauro quien nos iba a acompañar para tratar de ubicar la pista abandonada cercana a la quebrada Lapo, en el Alto Paragua.
A todas éstas lo único que teníamos para guiarnos era el viejo mapa de carreteras, pero la curiosidad y la animosidad que le imprime Miguel a todas éstas nuevas aventuras hace que todo se vea más fácil de lo que es en realidad, La pista del Pueblo de La Paragua, es una explanada, que comienza con una subida de unos cincuenta metros y que se aplana después alcanzando unos quinientos metros pero con la particularidad de estar metida en medio de una montaña de árboles altísimos por sus cuatro costados. Esto significa que no hay forma de abortar los despegues ni los aterrizajes y tuvimos la oportunidad de conocer a un piloto comercial de las minas, quien estaba cargando un Cessna 207 con dos tambores de doscientos cincuenta litros de combustible, y como si fuera poco los espacios que quedaban los rellenó con cajas y paquetes de Harina Pan, amén de un tanque plástico de 30 litros de gasolina de avión para el regreso, además de amarrar en el asiento del copiloto, dos cajas mas de comida. Con curiosidad me le presenté y le comenté lo que me parecía una barbaridad de carga, sin inmutarse me dijo que a él lo llaman Tarzan, debido a que ha tenido que bajarse unas cuatro veces de los árboles en los que ha tenido que aterrizar y de paso me enseñó la cuerda con nudos que carga en el avión para esos menesteres. No pude resistir la tentación de ver aquel despegue, prendió su aparato se fue hasta la cabecera escondida de la pista y al rato sentimos el motor rugiendo con toda su potencia, apareció rodando pesadamente por aquella subida inicial y pasó por frente nuestro como si fuera carreteando, tal era el peso de la carga que no le permitía al avión coger velocidad; llegó un momento en que pensé que iba a abortar el despegue, pero ya casi al final de la pista metió unos diez grados de flap, levantó la nariz y se fue acercando a los árboles poco a poco, pasó rozándolos y nos movió las alas en signo de alegre despedida. Los pilotos de las minas tienen un feeling muy claro de los aviones que vuelan ya que mientras más carga les metan mayor es el producto que les sacan a sus vuelos. Vimos también que para evitar se dañe el amortiguador de la rueda de nariz, les hacen un amarre de remate de cuerda llamado rabo de cochino y la cuerda hace de amortiguador evitando golpee muy fuerte al momento de aterrizar con el exceso de carga.
Abordamos nuestro avión y carreteamos hacia la cabecera, no sin antes estudiar el mapa para ubicar la quebrada Lapo, punto de referencia de la pista que teníamos que ubicar, despegamos e inmediatamente viramos a la derecha, hacia el Oeste, remontando el curso del río La paragua, el cual desde el aire presenta gran cantidad de piedras y varios raudales que deben ser bastante difíciles de navegar, ubicamos la isla Casabe que tiene una pequeña pista de aterrizaje y un poco mas arriba desemboca el río Oris en la margen izquierda del Paragua, desde allí en adelante se acaban las partes llanas y se forma una pequeña cordillera que da origen a los saltos de Uraima, y mas arriba entre los dos ríos hay una falla en el terreno bastante profunda formando una hendidura en el terreno en la cual vimos a varios mineros trabajando. Hacia nuestra derecha está la parte mas alta de la fila de cerros y sobrevolamos las minas de Oris, que nos cuenta Mauro que están produciendo Oro desde el año 1.945, y en la cual se ven gran cantidad de ranchos de mineros. Como el río Paragua dá muchas vueltas decidí seguir por el lado Norte de dicha cordillera y mi asombro fue grande cuando en una de las vueltas se nos apareció el llamado Papelón de Oris, que es una formación rocosa muy parecida al famoso Pan de Azúcar de Brasil, el cual está cercano a la quebrada Urutaní que desemboca en el río Oris, decidí virar a la izquierda para no perder el curso del Paragua y casi de inmediato apareció la quebrada Lapo y la pista abandonada que teníamos que ubicar. Sobrevolamos dos veces la pista para ver la factibilidad de aterrizar y sin pensarlo dos veces frente a un gran Tepuy que se encuentra cercano a la cabecera Sur Oeste hice el viraje de aproximación y enfocando el eje de la pista, pasé rozando los árboles y bajé la nariz del avión para aterrizar lo mas corto posible. La sorpresa mía fue grande pues al tocar tierra, la hélice comenzó a cortar monte y frené el avión para evitar fuese a capotear ó golpear algún tronco oculto en la maraña de monte donde aterrizamos.
Ya en tierra me di cuenta que la pista estaba abandonada desde hacía mucho tiempo ya que el monte que la cubría casi nos llegaba a la cabeza y el problema que se nos presentaba era como despegar con ése monte tan alto.
A Dios gracias tenia en el avión un machete, el cual nos iba a facilitar la tarea de cortar un poco el monte para poder despegar. Hicimos un corto recorrido exploratorio para reconocer el sitio y Mauro nos comentó que era exactamente el sitio que le describió la vieja cocinera, el Tepuy frente a la pista, el pequeño cerro al lado de la misma y en la otra cabecera la quebrada Lapo a no más de cincuenta metros. A todas estas Mauro iba tomando muestras del terreno y no iba enseñando la proporción grande de cuarzo cristalizado que tenía en su contenido. A medida que caminábamos comenzó a hacer los planes para la mudanza de todos los equipos, incluido una chupadora y los trajes de bucear para poder trabajar bajo el agua. El paisaje es de una belleza exuberante y a pesar de haber caminos viejos de penetración, daba la impresión de ser una zona virgen, ya que estaban llenos de monte y había que irse abriendo paso con el machete. La quebrada Lapo tenía muy poca agua y presentaba la alternativa de poder trabajar sus rabínes con muy poco esfuerzo ya que estaban bastante limpios. Regresamos a la pista y entre los cinco, comenzamos la tarea de limpieza del monte, lo cual no resultó tan fácil como parecía ya que en algunas partes, además del monte se había formado una maraña de enredaderas las que nos dificultaron el trabajo por tener espinas y ser de tipo leñoso, que iban a dificultar la carrera del despegue.
Después de unas dos horas de trabajo agotador, me fui hasta la cabecera con el avión y decidimos probar suerte ya que aunque faltaba la parte final por limpiar, ésta era la que nos iba a frenar en caso de abortar el despegue, prendí el motor y después de hacer el chequeo de rigor y asegurarme que todos estaban con su cinturón bien amarrados(para que no se regaran los restos), aceleré a fondo con los frenos pegados y cuando el avión comenzó a vibrar comencé la carrera de despegue, sin aplicar los flaps, para poder tomar más velocidad y cuando el avión comenzó a rodar lentamente estuve a punto de cortar la potencia y frenar, pero en un último intento le metí veinte grados de flaps y el aparato comenzó a flotar poco a poco, tomando un poco de altura y velocidad, pero al frente tenía que sortear el pequeño cerro que estaba detrás de la quebrada y al ver que no iba a ser posible hice un violento viraje a la derecha, hacia el río Paragua y seguí subiendo ya con un poco mas de tranquilidad. Nélson mi cuñado sudaba copiosamente y el que mostraba mas alegría era el socio Miguel, creo que al no estar consiente del peligro que habíamos sorteado.
Regresamos al pueblo de La Paragua a dejar a nuestros nuevos socios, Mauro y sus hermanos, quienes, se hacían llamar "Los caraqueños". Nos despedimos no sin antes comprometernos a recogerlos en dos semanas, aprovechando los Carnavales para hacer la mudanza en el avión, de todos los equipos y alimentos, para comenzar a trabajar la mina. Seguimos rumbo Norte, hacia Ciudad Bolívar, pasando sobre el Cerro Bolívar, que se encuentra en medio de una llanura y resalta mucho ya que tiene su parte Norte con unos cortes en forma de escalones, de donde van sacando el mineral de hierro, su parte Sur está rodeado de grandes morichales y las sabanas a su alrededor hacen de ésta formación un paisaje fuera de lo común.
Siguiendo el rumbo Noreste hacia Ciudad Bolívar, pasamos sobre una gran roca en forma de Coliflor que resalta mucho en la llanura cercana a una carretera asfaltada y cerca de ella se encuentra una avioneta aterrizada en el monte, por lo que me comuniqué por radio con la Torre de Control y le hice el reporte, a lo que me contestaron que ya tenía mucho tiempo dicho aparato siniestrado. Seguimos el vuelo y después de una hora y diez minutos aterrizamos en el aeropuerto para reabastecernos de combustible, y después de pasar el nuevo Plan de Vuelo, hacia el Aeropuerto Metropolitano, carreteamos hacia la cabecera de la pista y despegamos con el nuevo rumbo, cruzando el Orinoco y las sabanas de Monagas, sobre los bosques de pino y de seguidas todo un sin fin de instalaciones petroleras y de haciendas con mucho pasto y ganado y casi sin darnos cuenta recorrimos el trayecto de unas dos horas y media, hasta arribar a Valencia para tomar nuestro carro y viajar hasta Caracas por la Autopista, lo que implica dos y media hora de carretera para un trayecto que es como la décima parte del que hicimos con el avión.
La semana que nos separaba de los Carnavales pasó muy rápido y el viernes, Miguel me pasó buscando para ir al Mercado de Coche, para comprar los alimentos y la cocina de kerossene que nos encargaron nuestros socios "Los Caraqueños". El sábado 12 de Febrero, muy temprano despegamos desde Valencia con rumbo a Ciudad Bolívar
con el avión lleno de cajas de comida y los equipos necesarios para establecer el campamento de la nueva mina, además de un nuevo pasajero, mi amigo de toda la vida Jaime Pérez, compañero de pesca y a quien había invitado para que nos acompañara a disfrutar un poco del paseo y la nueva aventura de mineros que estaba comenzando.
Al llegar a Ciudad Bolívar llenamos los tanques de combustible y como se negaron a llenarnos los tanques plásticos que llevábamos de reserva, fuimos hasta Rutaca, para que el jefe del Taller nos consiguiera la gasolina y después del cariñoso saludo y de contarle nuestros planes de nuevos mineros a Eugenio, despegamos con rumbo la Pueblo de La Paragua, donde aterrizamos en una hora y veinte minutos. Desde la pista de La Paragua, tuvimos que ir en una cola que nos dio una camioneta, hasta el Pueblo para ubicar la casa de Mauro. Recuerdo que estaba en el patio de su casa metido en un pozo de unos cuatro metros de profundidad y metro y medio de diámetro, sacando tierra y barro con una cuerda y un tobo plástico. Nos contó que estaba buscando llegar al nivel freático, para no tener que depender del agua del Pueblo, pero a mí me dio la impresión que estaba era buscando oro ó diamantes, ya que su casa estaba bastante cerca del río. Salió del pozo y de inmediato recogió sus herramientas, mientras mandaba a un niño a buscar a sus hermanos, que vivían bastante cerca.
En menos de una hora, estábamos cargando el perolero ya que ellos pensaban pasarse unos seis meses en la mina trabajando y explorando la zona. El primer vuelo fue con Mauro y uno de sus hermanos, además de la carga, ya que teníamos que aprovechar al máximo la capacidad de nuestro avión, por el hecho de no contar sino con la gasolina de a bordo y los dos tambores de 30 litros que nos había conseguido el viejo de Rutaca , lo que nos daba una autonomía de unas cuatro horas para la mudanza y el regreso a Ciudad Bolívar. Despegamos de La Paragua con el avión sobrecargado pero con la ventaja de una pista bastante larga y de inmediato hice el viraje a la derecha, hacia el oeste río arriba por la margen izquierda con un tiempo bastante despejado de nubes y un Sol brillante que nos mostraba la belleza del paisaje, las agua tienen un color rojizo debido al tanino de los árboles de las riberas y desde el aire se nota que el Paragua tiene una gran cantidad de raudales y un sin numero de piedras que emergen cual monolitos sobre la superficie del agua. En unos quince minutos sobrevolamos la isla Casabe y de seguidas la desembocadura del río Oris en el Paragua, seguimos el rumbo de una semana atrás y al llegar al Papelón de Oris, cruzamos a la izquierda, para pasar sobre la pista que ahora se veía mucho más amplia y larga, debido a la limpieza que le hicimos una semana atrás. El viraje muy cerrado debido al gran Tepuy que está cerca de la cabecera y al sacar los flaps al máximo ya estaba enfocando el eje de la pista y al tocar tierra apliqué los frenos con fuerza para evitar rodar mas de la cuenta.
Descargamos el avión y después de darle instrucciones a Mauro y a los dos hermanos para que se dedicaran a limpiar y alargar la pista lo más posible, me fui a la cabecera y despegué en la mitad del espacio, utilizado la semana anterior, esto debido a que iba solo y sin ninguna carga. Viré hacia la derecha para seguir el curso del río Paragua y después de llegar a tres mil quinientos pies, fijé el rumbo directo hacia el pueblo. Al aterrizar en La Paragua, ya Miguel que se había quedado con el cuarto socio terminando de recoger parte de los equipos y enseres que quedaban, me estaban esperando para volver al proceso de cargar el aparato.
Despegamos de nuevo con rumbo a la quebrada lapo y arribamos en una hora y diez minutos y en éste nuevo aterrizaje me di cuenta que Mauro y sus dos hermanos se habían fajado como los buenos cortando el monte y ensanchando la pista al máximo, limpiando los rastrojos y enredaderas que quedaban. Decidimos levantar el campamento al lado del avión en un costado de la pista, casi a la mitad de la misma, donde habían suficientes árboles para guindar los chinchorros y prepararnos algo de comida para echarnos a dormir ya que la jornada había sido bastante larga. Yo le quité los asientos al avión y puse mi saco de dormir en el piso ya que para mí es más cómodo dormir recto y además protegido del frío y la humedad que en esos bosques es muy intensa. Pasó la noche en un abrir y cerrar de ojos y con los primeros rayos del Sol, abrí la puerta lateral del avión y todavía con los ojos entornados miré hacia la cabecera de la pista y me pareció ver al perro que habíamos llevado, pero aún en la distancia se veía como muy grande. Me puse las botas de cuero y cuando me baje del avión mi asombro fue grande al ver al perro dormido debajo del avión.
Al volver a mirar hacia la cabecera y ya un poco más despierto, me di cuenta que lo que estaba viendo era un enorme Danto que se estaba acercando a las palmeras de moriche que estaban a uno de los costados de la pista. Desperté a Mauro y le conté lo del animal y éste empezó a revolver todos los morrales para sacar el rifle 22 que llevaban para cazar parte de la comida que iban a consumir. Cuando lo consiguió me lo dio y me fui por los matorrales a buscar al animal, cuando consideré que estaba bastante cerca salí al descubierto y mi sorpresa fue grande ya que el Danto me había visto y arrancó a correr monte adentro hacia la quebrada, corrí detrás del animal pero aquel bicho parecía una locomotora en medio de la maraña de arbustos y se sentía el ruido apartando el monte a medida que se alejaba. No me dio tiempo de hacer nada por la sorpresa de encontrármelo casi frente a frente y después del susto caminé como quince minutos en la dirección que el había seguido. En uno de los recodos de la trilla me encontré de repente con un Paují color marrón del tamaño de un pavo y le disparé casi a quemarropa y después del ruido del disparo decidí regresar al campamento ya que al ser una zona desconocida era un peligro perderse en medio de la montaña además de haber espantado los animales que estuvieran en los alrededores.
El recibimiento con el Paují no pudo ser mejor ya que nos comentó Mauro que ellos lo preparan guisado con papas y que era un plato delicioso.
Desayunamos y después de escoger el sitio definitivo para montar el campamento que decidieron fuese a unos cincuenta metros de la cabecera de la pista a orillas de la quebrada, bajo unos árboles muy grandes y frondosos, Mauro, dio las instrucciones a sus hermanos para que fueran mudando todo y armando el campamento. Miguel y yo montamos en el ala del avión los tambores plásticos de gasolina y los trasvasamos con una manguera en los tanques para poder llegar a Ciudad Bolívar donde volver a llenarlos y regresar al pueblo de La Paragua, para continuar con la mudanza de los equipos y tambores de combustible para la chupadora y otras cosas que nos hicieron dar tres viajes mas con el avión cargado hasta el techo. En el último viaje metimos dos tambores con gasolina casi por la mitad y cuando comencé a descender frente al Tepuy, con la cabecera de la pista a la vista, de repente sentimos una fuerte explosión dentro del avión y llegué a pensar que nos habían disparado con una escopeta desde abajo y a duras penas y temblando aterrice el avión como mejor pude y al bajarnos, empezamos a revisar por fuera el aparato para ver donde nos habían pegado, al no encontrar nada sacamos la carga y despegué la tapicería trasera del aparato, para chequear las guayas y todo el fuselaje por dentro no encontrando nada anormal. Con la natural curiosidad encendí de nuevo el motor, revisé los controles y carretee el aparato hasta la cabecera no encontrando nada anormal en el funcionamiento. No fue sino hasta el siguiente viaje, dos meses después cuando me despejó el misterio un piloto comercial en la pista de La Paragua, quien me explicó que los tambores de combustible hay que dejarlos abiertos ó con los tapones flojos para que al descender cuando se expandan, los gases puedan salir y no causar ésas explosiones al ponerse cóncavas de un solo golpe las tapas del tambor causando la explosión que sentimos dentro del avión.
Pasado el susto nos fuimos hasta el campamento y nos dimos cuenta que los mineros no pierden el tiempo, ya tenían montado una armazón de troncos la cual cubrieron con un encerado, formando una casa con su techo impermeable, en la que pueden dormir unas seis personas cómodamente y lo que me pareció más curioso es la forma en que hacen las camas, ya que llevan una gran cantidad de tiras de tripas de carro con la que forman un colchón elástico en unas armazones de madera en forma de cama, que al ponerles una cobija arriba quedan de lo más cómodas, esto solo para aquellos que como yo, preferimos dormir en cama y no en chinchorros.
Después de descansar un poco y cambiarnos de ropa Miguel y yo comenzamos a caminar por la quebrada hacia abajo para ir conociendo la zona y aprovechamos para darnos un baño en ésa agua limpia y muy fría de la montaña, aprovechando de revisar las piedras del fondo y notando la gran cantidad de cuarzo en su contenido. Lo que me pareció más curioso es el hecho de que aún cuando tiempo atrás ésta zona fue trabajada como zona minera, no encontramos signos de ello en los alrededores, salvo unos tambores viejos de combustible en el camino que va hacia el río Paragua.
Regresamos oscureciendo y nuestros socios ya habían terminado de instalarse en el campamento y habían comenzado a perforar un pozo similar al de la casa de Mauro, cercano a la quebrada, con la particularidad de que iban dejando en las paredes una escalera en espiral para mejor acceso el fondo.
Nos oscureció de repente y al rato comenzaron los ronquidos de aquella jauría vencida por el cansancio y el ajetreo del día.
Cuando alumbraron los primeros rayos del Sol, ya Mauro tenía preparado el café negro para el desayuno y unas arepas que acompañaron con sardinas en lata y avena, tipo almuerzo, ya que la otra comida sería al finalizar la jornada en horas de la tarde.
Mauro nos convenció a que lo acompañáramos en una excursión de reconocimiento hasta la quebrada Urutaní, que desemboca al río Oris por el lado Norte de la Cordillera que nos separaba del Papelón de Oris, que habíamos sobrevolado el día anterior y nos pareció la idea muy atractiva ya que debía ser un camino atravesando montañas de árboles muy altos y trillas de animales salvajes, por un paraje totalmente desconocido por nosotros. Cargamos los morrales con algo de comida, las barrenas, surrucas y los machetes y comenzamos la marcha que más bien parecía una carrera ya que el "paso de minero" tan comentado es rapidísimo y es muy difícil seguirlos, aún sin ninguna carga al hombro. Tuvimos que atravesar dos quebradas de agua muy fría y transparente, en parte abriéndonos camino con los machetes y otras siguiendo las trillas, subiendo y bajando dos pequeñas cordilleras de montañas cerradas de árboles que tenían mas de treinta metros de alto y que a veces oscurecían la luz del Sol. En uno de las paradas obligadas por el cansancio, el compañero que iba adelante nos hizo señas de que nos calláramos y con sigilo se adelantó a mirar las ramas de un árbol muy frondoso y alto, señalándonos una bandada de unos seis monos blancos muy grandes, casi del tamaño de un niño, y comenzó a mover una rama que tenía a su lado, cosa que el mas grande de los monos repitió, tantas veces como lo hacía nuestro compañero, aquello parecía un show en medio de la montaña y todo lo que hacía nuestro compañero era repetido por el mono, tal como si estuvieran hablando uno al otro. Yo no me imaginaba que en nuestro país existieran monos tan grandes y raros, ya que su color gris casi blancos eran totalmente desconocidos.
A todas éstas, Jaime y yo, casi no podíamos caminar por el cansancio, las botas que yo llevaba me tenían los pies echando candela y de repente se nos pegó un dolor de rodillas desesperante, cosa que yo jamás había sentido, pero asumí que era consecuencia de la falta de práctica, por lo que decidí, decirle a Mauro que caminaran ellos delante y nosotros, Jaime, Miguel y yo los seguiríamos, con un paso mas lento para poder llegar a la quebrada. En una media hora de marcha más lenta, llegamos al borde o fila de una pequeña cordillera, donde nos estaba esperando Juan, para indicarnos la forma por donde descender, ya que había que hacerlo agarrándose de las matas por lo pendiente del terreno y AL FIN, apareció la quebrada Urutaní.
Descansamos un rato, la larga caminata de unas dos horas, subiendo y bajando las dos cordilleras en medio de una vegetación exuberante y en unos diez minutos Mauro le indicó a sus hermanos que era hora de ponerse a trabajar. Desempacaron las barrenas, palas y surrucas y en los rabínes, ó pequeños escalones que forman las quebradas, comenzaron a escarbar y a lavar el material que sacaban. Hasta el momento el cansancio no me había dejado observar los alrededores, pero ya mas calmado y sin el apuro de los mineros, decidí remontar la quebrada, caminado por las riberas y me di cuenta de lo hermoso de la zona. El agua es fría y transparente y baja desde una distancia en línea casi recta de unos doscientos metros, formando escalones con infinidad de piedras calizas y graníticas, a su alrededor la vegetación cubre las riberas con un verdor de una belleza increíble, no me había alejado mas de doscientos metros del grupo cuando me senté en una de las piedras y al mirar hacia arriba las múltiples caídas de agua que forman una especie de tobogán, me dije a mí mismo: Mi Dios, si existe un paraíso, tiene que ser aquí, tal la belleza de lo que estaba contemplando.
No sé el tiempo que estuve disfrutando aquello, pero me sacó del éxtasis los gritos de Miguel y Jaime, llamándome desde abajo. Les contesté y antes de comenzar a descender, no pude resistir la tentación de escarbar bajo el agua y observar la cantidad de piedras de cuarzo cristalizado cual diamantes que viene trayendo el agua y va depositando entre las rocas, entre las cuales va cayendo formando miles de arco iris multicolores.
Al regresar nuestros socios ya tenían algo de material y lo estaban lavando en la orilla con las surrucas. Todo era emoción ya que cada lavada mostraba gran cantidad de "casi- casi" que son piedras indicadoras de la presencia de diamantes en las muestras, además de la posibilidad de encontrar oro que es la otra alternativa de explotación, en caso de no encontrar diamantes.
El trabajo de minería es muy pesado y hay que tener muy buena salud para poder escarbar con picos, palas y las barrenas, las riberas de los ríos y quebradas, todo a mano, para después que se formen las pilas del material proceder al lavado, para buscar los tan ansiados diamantes. La posición para lavar el material es parado y doblado el cuerpo con la surruca sobre el agua, que con el peso de los minerales, hace doler los riñones y la cintura en cosa de minutos, pero nuestros socios ya están acostumbrados a ésa posición y pueden hacerlo por horas. Mauro nos dijo que como la zona era tan prometedora, iban a montar otro campamento aquí, trayendo la chupadora, el caracol y el combustible para remover el fondo de los pozos profundos que forma la quebrada y hacer una mejor explotación de la zona. Yo me puse a pensar el trabajo que significaría aquello de cargar en hombros toda ésa carga tan pesada y llevarla hasta el sitio sin tener la certeza de encontrar algo productivo y me pareció una locura, pero así es de incierto este tipo de explotación minera.
En un momento de descanso sentimos cantar un pájaro con un sonido bastante raro y Mauro emocionado nos contó que ése es el mejor augurio para un minero, ya que se trata del "pájaro del minero", que les indica las zonas que deben explorar y trabajar para obtener mejor producción en la extracción de los minerales, algo un poco cabalístico, pero ellos creen firmemente en eso.
Estuvimos todo el día explorando la quebrada y sus alrededores lamentando no haber llevado la cámara de fotos y a eso de las tres de la tarde, emprendimos el regreso con una nostalgia muy grande por dejar aquella zona tan virgen y bella pero alejada de nuestro campamento base y del avión que dejamos solo sin vigilancia ninguna.
La caminata de regreso se prolongó mucho más de lo deseado y en momentos llegué a pensar lo peligroso que sería perdernos y no encontrar el camino de regreso por la cercanía de la noche, dando gracias a Dios, por el buen sentido de orientación de Mauro y sus hermanos ya veteranos en estas lides de caminar por sitios desconocidos.
Atardeciendo llegamos con el cansancio redoblado y las camas y chinchorros fueron inmediatamente ocupadas por todos ya que el cansancio nos quitó hasta el hambre e inmediatamente comenzó el concierto de ronquidos.
Pasó la noche y aún oscuro sentí que Mauro prendió la cocina para preparar el café y el desayuno y no pude resistir la tentación de ayudarlo ya que el estómago me parecía un furruco por la falta de comida. Una vez que desayunamos comenzaron los preparativos para el viaje de regreso, no sin antes llenar la lista de la comida y cosas que deberíamos traer en el próximo viaje fijado para Abril, pues por causa de lo copioso de las lluvias en estas zonas no podríamos viajar, entre los meses de Julio y Diciembre.
Nos despedimos de nuestros socios mineros y con cierta nostalgia carreteamos hasta la cabecera opuesta para despegar y dirigirnos en vuelo directo hacia Ciudad Bolívar, donde cargamos combustible, y después de saludar a la gente de Rutaca, seguimos vuelo hacia Valencia, a donde llegamos a las cuatro de la tarde y seguimos viaje en el carro hacia Caracas, pensando ya en nuestro próximo viaje a la mina.
En el mes y medio siguiente, hicimos dos viajes al Hato La Rompía y a Mata Linda, siempre con el fin de llevar el sueldo y la comida a los encargados y revisar que todo funcionase bien, además de aprovechar para pescar y pasarla bien en nuestro hato.
El 18 de Abril despegamos de nuevo hacia Ciudad Bolívar, para cargar combustible y viajar directo a la mina La Pola, en el alto Paragua, a donde arribamos después de mediodía. En el vuelo tuvimos que sortear unos pequeños aguaceros que nos hizo el vuelo un poco más largo de lo normal y nos dimos cuenta por la humedad en la pista que por allí, también había llovido.
Estacionamos el avión en la cabecera cercana al campamento y nos fuimos caminando hasta allí al ver que no venía nadie a recibirnos. Ninguno de nuestros socios estaban por allí, aunque los morrales, ropa y otros enseres si estaban muy bien ordenados. Como no encontramos ningún mensaje, nos pusimos a esperar con la esperanza de que, al pasar por la zona de Urutaní, hubieran escuchado el ruido del avión y vinieran a reunirse con nosotros. Miguel y yo nos dedicamos a revisar los alrededores y vimos que el pozo ya tenía una profundidad de unos dos metros, pero había sido abandonado. Como a la media hora de haber llegado comenzó un pequeño aguacero que poco a poco se convirtió en tormenta con rayos y centellas por todos lados, y como no cesaba de llover, guindamos los chinchorros para descansar un poco y esperar que pasara la lluvia. La preocupación que nos asaltó a ambos fue la de que si seguía lloviendo al inundarse la pista, no podríamos despegar, pero gracias a Dios dejó de llover. Al ver que pasaba el tiempo prudencial para que alguno de nuestros socios llegara desde el otro campamento, ya que había pasado mas de dos horas, se nos presentó la alternativa de volar hasta el pueblo de La Paragua, para informarnos con la esposa de Mauro que podría haber pasado y como el tiempo pasaba y se acercaba la tarde, nos fuimos hasta el avión y prendí el motor para comenzar a carretear, cuando de pronto sentimos unos golpes en el ala izquierda y era nada menos que Juan, que llegó justo en el momento en que iba a comenzar el rodaje. Apagué el motor y la cara de alegría de Juan nos compensó la espera. De inmediato bajó toda la carga y se puso a organizarla en el campamento, nos comentó que ya tenían mas de un mes trabajando con la maquina en Urutaní y que habían conseguido algo de oro, pero nada de diamantes. Estando en eso comenzó a llover de nuevo y decidimos quedarnos a dormir en el campamento, para esperar que la pista drenara un poco el agua y poder despegar en la mañana con mas seguridad.
Llovió toda la noche y prácticamente me la pase en vela pidiéndole a Dios que escampara, pues allí cuando llueve, llueve de verdad y el riesgo era tener que pasarnos varios días sin poder comunicarnos con nuestras familias, lo que era bastante preocupante, pues podrían pensar que habríamos tenido algún accidente con el avión. Amaneció lloviendo y pasamos casi toda la mañana metidos bajo el techo del campamento conversando y descansando, hasta las once de la mañana, cuando aclaró un poco y dejó de llover. Nos llegamos hasta el avión y vimos que la pista estaba totalmente inundada por lo que decidimos esperar un rato para dejar que bajara un poco el nivel del agua. A las dos horas le dije a Miguel que nos debíamos ir ya ó esperar hasta el lunes, pues apenas nos quedaba tiempo para llegar a Bolívar y continuar hasta Valencia, con la no alagadora alternativa de encontrar lluvia por todo el camino. Decidimos despegar y al carretear hasta la cabecera me fijé que el avión rodaba bastante bien y no se frenaba con lo mojado de la pista. Hice todas las pruebas correspondientes a la lista de chequeo y metiendo toda la potencia al motor le puse 20 grados de flaps y comenzó la navegación sobre aquella pista inundada. Estos segundos se convierten en horas y uno comienza a respirar de nuevo cuando el aparato se separa del suelo y comienza a coger velocidad, me di cuenta que la nubosidad era bastante espesa y volando a unos quinientos pies sobre el terreno viré a la derecha hacia el río Paragua para sobrevolarlo y seguir su curso mientras se pudiera. Hay un dicho muy viejo en aviación que reza: Cuando el tiempo está malo, no vuelan ni los pájaros, nosotros no le hicimos caso y comenzamos a parir en medio de lluvia y unas nubes que no se despejaban por ninguna parte. Llegamos al sitio donde se separan los cerros en forma de "V", cercano a las minas de Oris y decidí cruzar al Norte por allí, seguimos volando muy bajo para no perder la referencia del terreno que con la lluvia apenas se veía, mas ya por los vuelos anteriores sabía que hacia el Norte el único cerro que iba a encontrarme era el cerro Bolívar y para llegar a él faltaba como una hora de vuelo, todo sobre los morichales y sabanas al Norte del río Paragua. A la media hora de volar en medio de aquel palo de agua, de repente nos metimos en medio de una bandada de guacamayas y loros y sentí que me chocaron dos de los loros vueltos pedacitos por la hélice, el parabrisas del avión. Esas cosas inesperadas me pusieron a pensar el peligro que estabamos corriendo al volar en estas condiciones atmosféricas, ya que en el caso de haber sido una de las guacamayas, nos habría partido el parabrisas y tumbado el avión irremediablemente. Continuamos el vuelo y un poco mas al Norte el tiempo fue cambiando y comenzó a aclarar, con lo que pude tomar un poco mas de altura y cachicameando entre las nubes llegamos a Ciudad Bolívar. Allí después de cargar los tanques de combustible llegamos como ya es costumbre hasta Rutaca, para saludar a nuestros amigos y previendo encontrar algo de lluvia en el trayecto hasta Valencia, nos despedimos y después de pasar el plan de vuelo a la Torre, despegamos rumbo a nuestro nuevo destino para dejar el avión en su hangar y de nuevo viajar por carretera hasta Caracas.
Pasados tres meses, el 23 de Julio de 1.983, después de comprar la comida para nuestros socios “Los Caraqueños, viajamos de nuevo a Valencia a buscar el 494-P, para despegar con rumbo a Ciudad Bolívar; ésta vez el vuelo se complicó mucho mas que las veces anteriores por la entrada de la época de lluvias, nos desviamos hacia la costa por la cantidad de nubes y aguaceros y ya casi llegando a Cantaura fue donde pudimos virar hacia el Sur, casi siguiendo el rumbo de la carretera que nos llevaría hasta el Puente de Angostura, entrada a la Ciudad. Como era de rigor llenamos los tanques de gasolina y seguimos vuelo directo hacia la mina, en la quebrada Lapo cerca del río Paragua. Al sobrevolar el cerro Bolívar el tiempo se nos cerró de nubes y lluvia, por lo que dimos un rodeo hacia el Sur, bordeando las nubes y de seguidas el viraje fue hacia el Oeste, ya con el río Paragua a la vista. Procedimos a pasar sobre la quebrada Urutaní, bordeando el Papelón de Oris donde suponíamos estaban trabajando nuestros socios y llegamos sin demora a la pista, debido a que se nos venia encima un palo de agua muy fuerte. Nos acercamos al campamento y para nuestra sorpresa, solo quedaba la armazón de la casa, ya que estaba abandonado. Comenzó a llover y tuvimos que esperar en el avión casi dos horas esperando a que llegaran nuestros socios y se aclarara un poco el tiempo. El programa que teníamos era el de dormir allí y regresar mañana domingo a Caracas, con la producción que debían haber extraído nuestros compañeros, para comenzar a cubrir los gastos tan altos que ya nos estaban empezando a pesar sobre nuestros bolsillos. La lluvia se calmó y como no llegaban nuestros socios, decidimos despegar y sobrevolar Urutaní para ver si los veíamos desde el aire, cosa algo peligrosa ya que hay que meterse en medio de los cerros volar lento y bajito, en sitios que no se conocen bien. Recorrimos toda la zona y no vimos a nadie, por lo que decidimos llegarnos hasta el pueblo de La Paragua, para preguntar por ellos. Durante el vuelo vimos varios aguaceros por toda la zona y lo malo de todo esto es que se pierde mucha visibilidad y es sumamente peligroso volar en estas condiciones ya que uno no sabe cuando va a encontrarse de frente con un Tepuy, de los que abundan en la zona. Llegamos en una cola de una camioneta que pasó por el aeropuerto, hasta la casa de Mauro y su señora nos dijo que ellos habían regresado de la mina hacía mes y medio y que emprendieron viaje hacia el río Asa, al Sur del pueblo de La Paragua, a trabajar en la mina que estaban explotando antes de asociarse con nosotros.
Aquello no nos gustó nada, ya que significaba que era casi imposible recuperar el dinero invertido, pero como Miguel tenía plena confianza en ellos ya que se trata de evangélicos, me convenció de que voláramos hasta el sitio para conversar con ellos.
Regresamos al aeropuerto y despegamos con rumbo Sur, guiándonos con nuestro viejo mapa de carreteras y volando bajo para no perder el cauce del río, debido a la gran nubosidad en toda la zona. Al pasar sobre unas churuatas de indios, en un recodo del río, Miguel me dijo que se trataba del caserío de Asa, con lo cual hice el viraje para pasar perpendicular a la pequeña pista de aterrizaje, que no era otra cosa que una explanada muy corta al lado del caserío, con el fin de ubicar la dirección del viento, lo que se logra soltando el timón de mando al sobrevolar la pista y se nota hacia donde se inclina el aparato, hice mi viraje de aproximación y descendí con dirección al poblado, notando que el avión flotaba mucho por lo que al tocar tierra tuve que aplicar los frenos violentamente, para no pasar sobre las churuatas de los indios. El hecho es que la maniobra de ubicación del viento me engañó y aterrizamos con viento de cola lo que nos llevó fuera de la pista por el monte con dirección al caserío. Cuando al fin frenó el aparato vi que salían de las casas gran cantidad de indios, por lo que me apresuré a dar la vuelta y sacando el avión hasta la cabecera, aún sin apagarlo le dije al socio que les preguntara si estábamos en Asa. Miguel se bajo y después de conversar brevemente con uno de los indios, regresó y me dijo que despegáramos de nuevo pues no era allí. Así lo hicimos y continuamos remontando el río Asa, en busca de unas cataratas y cerca de ellas una pista de aterrizaje con un avión estrellado en su cabecera. Al fin ubicamos la pista y después de hacer el procedimiento de ubicación del viento, aterrizamos muy corto debido a que la pista termina en unas rocas grandes donde estaban los restos de una avioneta siniestrada. Nos bajamos del aparato y al rato se nos acercaron unas personas provenientes del río, pensando que se trataba del avión que les trae sus alimentos, ya que se trata de unos mineros alemanes que según nos contaron tenían varios años explotando una mina de diamantes, a orillas del río. Les preguntamos por nuestros socios “Los Caraqueños”, y nos dijeron que estában río arriba en un campamento en la margen izquierda del río, pero que caminando era muy lejos y que era mejor ir en el avión para indicarles que estabamos allí y esperar que bajaran navegando a buscarnos. Despegamos siguiendo el consejo de los alemanes y en unos diez minutos ubicamos el campamento, al que sobrevolamos volando bajo y saludando con el movimientos de alas acostumbrado, pero no vimos ninguna persona cerca. Después de dar varias vueltas, regresamos río abajo y volvimos a aterrizar en la pista de Asa y para matar el tiempo dimos un paseo por el borde del río hasta las cataratas, que caen con un estruendo muy fuerte a pesar de no tener mas de treinta metros. Esta zona es muy parecida a Canaima y se encuentra al oeste de ese Parque Nacional, con varios tepuyes al Sur y una cordillera bajita que forma una especie de herradura de donde provienen las aguas de dos ó tres quebradas y el mismo río Asa que es el de mayor caudal.
En la parte baja de las cataratas, está el pequeño poblado al cual nos acercamos a saludar a unos pocos pobladores que nos trataron con un dejo de desconfianza poco usual en estas zonas despobladas. Caminamos un poco y decidimos regresar a ver si ya habían llegado nuestros socios, pero no fue así y como ya estabamos un poco cortos de tiempo para regresar hasta Ciudad Bolívar y seguía amenazando lluvia, decidimos dar por terminada nuestra aventura de mineros y despegamos con mucha frustración al pensar lo desleal que nos habían sido nuestros socios al abandonarnos después de asumir nosotros toda la carga de gastos que había conllevado el establecimiento de la mina.
Años después en un viaje de carnavales a pescar en los Saltos de Uraima, nos comentaron los indios de la zona que había reventado una ”bulla” en el Alto Paragua, en un sitio denominado Karum, que estaba botando diamantes en una cantidad increíble y estaba siendo explotada por unos dos mil mineros atraídos por la riqueza de la zona y recordé con nostalgia aquel paraíso de Urutaní, pensando que valió la pena todos los gastos y sacrificios que hicimos para disfrutar de algo tan bello, al que no tienen acceso y ni siquiera saben que existe nuestros compatriotas de Venezuela.


Caracas, Noviembre 4 del 2.000.


Por: Manuel A. Urbina P.

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