El veintisiete de Enero de mil novecientos setenticuatro nos pusimos de acuerdo el loco Fermin (Fermin Hernandez), un nuevo amigo el Dr. Siegert y yo para irnos de cacería al Hato Mahomito, al Este de Palo Seco en el Edo. Guarico. Por lo general, los cazadores preferimos salir siempre con los mismos compañeros al monte, ya que a veces se presentan situaciones extremas en los que puede estar en peligro la vida de alguno de los del grupo y en esos casos el vínculo de amistad es determinante y obliga a actuar en beneficio de los demás.
Estos primeros viajes de caza, tenían que ser muy bien programados ya que el tiempo con que contábamos por razones de trabajo era muy
reducido, pues solo disponíamos de el mediodía del sábado y el domingo. El equipo de transporte era mi camioneta Volkswagen pick-up con su compartimiento de doble fondo para el contrabando de la cacería y que a pesar de ser muy lenta y no tener la doble transmisión que a veces es imprescindible, siempre se comportó en una forma incondicional en cuanto a mecánica, no dejándonos nunca en la carretera.
Después de recoger a Siegert, emprendimos la marcha por la autopista hacia Charallave, San Casimiro, Camatagua, Barbacoas, El Sombrero, y siguiendo al sur antes de llegar a Calabozo en el caserío de Palo Seco, cruzamos a la izquierda (al este) y allí por la carretera de tierra pasamos el Hato Cascabel y el Hato Miranda del cual tenemos muy buenos recuerdos de cacería con nuestro Amigo el viejo Ramón y su hijo el pelón, quien era nuestro vaquiano en la zona.
Como a eso de las cuatro y media llegamos al caño Mosquitero dentro del Hato Mahomito y al cruzarlo por un paso que tiene en ésta época del año muy poca agua, la parada es obligatoria para sacar las escopetas ya que es muy fácil encontrar algún venado, báquiro ó cochino alzado de los cuales siempre alguno nos regala la sabana.
Como todavía era temprano decidimos dar unas vueltas con la camioneta antes de llegar al palmar sitio de nuestro campamento habitual. Como no vimos nada seguimos la cerca de alambre de púas y en menos de quince minutos llegamos al palmar donde dejamos la camioneta y sin pensarlo dos veces nos terciamos las escopetas, el cinturón con los cartuchos y comenzamos la corta caminata hacia el caño por el cual comenzamos a caminar hacia el sur, con la extrañeza de que estaba totalmente seco por el fuerte verano, las hojas secas suenan mucho al caminar y eso fue la causa que al cruzar una de las vueltas de las muchas que da el caño, un caramerudo de un color gris casi blanco y con un tamaño grandísimo subió de un solo salto al borde del caño y después de mirarnos asustado hecho a correr y se perdió en la montaña que bordea al caño. Seguimos con mayor sigilo caminando por el cauce seco y conseguimos en un palo atravesado sobre el caño una tragavenados (culebra grande que no es venenosa y que se alimenta de roedores, otros animales pequeños y lo mas importante de serpientes venenosas, motivo por el que es mejor dejarlas tranquilas.) Esta medía alrededor de dos metros y tuvimos que salir del cauce para rodearla. Como ya empezaba a atardecer les dije al loco y a Ziegert, que yo me iba a ir, atravesando la sabana para adelantarme a ellos y quedamos en encontrarnos en una hora caño abajo, así hice y al caminar unos doscientos metros se me apareció un venado saliendo del caño hacia la montaña que queda a la ribera izquierda y al verme pegó una carrera tan rápida que no me dio tiempo ni siquiera de sacar el seguro de la escopeta. Seguí caminando y como lo hacía a campo traviesa empecé a disfrutar una suave brisa fresca que me pareció un paraíso comparado con el calor tremendo que se encierra en el cauce seco de los caños debido a que los matorrales y arboles en sus riberas no deja que circule el aire y aquello se convierte en un horno natural en el que la temperatura sube mucho y a veces se hace insoportable, eso y el ruido que hacíamos al caminar tres personas sobre la hojarasca seca fue lo que me hizo separarme de mis compañeros minutos antes. Seguí mi camino y como ya llevaba como media hora decidí meterme de nuevo al caño para remontarlo y volver con mis compañeros en vista de que la tarde estaba muy avanzada y el peligro de perdernos en la montaña era muy grande.
Al bajar por la costa del caño me resbalé y llegué abajo como en un tobogán sentado y con la escopeta en alto pero muerto de la risa, no se si por lo inesperado del resbalón o por el miedo de que estando solo, en medio de la nada, si algo te pasa, tienes que depender únicamente de tu persona, pues es muy difícil ubicar a uno que está perdido en el monte.
Caminé sigilosamente caño abajo y mi sorpresa fue tan grande como la de la pareja de venados jóvenes que estaban acurrucados frente a mi a menos de veinte metros en un hueco hecho cual nido en un matorral grande en el borde izquierdo del caño. Ellos se sorprendieron tanto como yo y esos segundos que parecen semanas son los determinantes en la sobrevivencia animal, salieron hacia mí pues el hueco de entrada lo tenía de frente y de un salto uno a cada lado del caño llegaron al borde superior y emprendieron la carrera. Yo también lo hice y como se que aquello de “cogerle la parada al venado” debía tener algo de cierto , perseguí en plena carrera al que salió por mi lado y en menos de cincuenta metros en la costa del caño allí estaba cual estatua, inmóvil y casi invisible por el fondo de matas secas que lo rodeaban. Después de quince años, hoy yo todavía no me puedo explicar como se puede errar un tiro tan sencillo, a tan corta distancia y con el venado dándote el codillo en todo su esplendor. Lo tenia de izquierda a derecha con una vista impresionante, desde la nariz hasta la punta de la cola parada y blanquita como cuando van corriendo asustados por la sabana. Lo apunté bien apuntado al codillo, sonó el disparo y ese bicho echó a correr como alma que lleva el diablo. perdiendose en la espesura. Claro que la culpa no fue mía sino de la mamá del Sr. Sarrazqueta, que fabricó mi primera escopeta y con la cual no pegaba ni estampillas. Se la recordé y todavía con ganas de batirla contra el suelo eché a correr de nuevo tras el venado pero con tan mala suerte que el monte estaba muy tramado y no vi por donde salió el animal.
Hay momentos en la cacería que son decepcionantes y este fue uno de ellos. Decidí comenzar el regreso caño arriba por el cauce tal como habíamos acordado y ya con los sentidos mas agudizados me empecé a fijar lo grave de la sequía cuando vi los restos de una baba (caimán)
en un recodo seco del caño , el pobre animal se quedó al lado del pozo hasta que se secó y murió de hambre o sed, cosa que no podía haber sido hace mucho tiempo ya que todavía el mal olor era muy fuerte , seguí el camino y me encontré con los restos de un mono araguato en otro pozo seco y también un becerro joven el cual se veía comido por algún depredador de los que abundan por allí.
Al continuar me sorprendió una fuerte explosión cerca de donde yo estaba e inmediatamente me tiré al suelo como precaución, de seguidas se escucharon tres disparos mas y cuando comencé a gritar, me contestó el loco Fermín, que acababa de matar un cochino alzado. Ellos estaban en línea recta a no mas de cien metros de mi, pero siguiendo por el cauce del caño, como da muchas vueltas tuve que caminar mas de diez minutos para encontrármelos. Ya el loco estaba limpiando el cochino, sacándole las tripas, para que pesara menos y le hizo unos cortes en las patas para atravesarles el palo que nos ayudaría a llevarlo cargado hasta el campamento en bandoleras, uno adelante y el otro atrás.
Salimos del cauce y comenzamos a remolcar al cochino a campo traviesa, lo cual es un aspecto de la cacería que no todos han tenido la “dicha de disfrutar”. Señores esto es un martirio, cada paso que uno da es para meterte mas el palo en el hombro, aquel bicho pesaba como cincuenta kilos y aunque traté de protegerme el hombro con un pañuelo en forma de almohadilla, me sentí como un Cristo cargando la cruz, para rematarla, se nos vino la noche encima, ya que el avance era muy lento por lo pesado de la carga y como siempre pasa en los cuentos de misterio ¡NOS PERDIMOS! .
Una cosa es caminar de día con todos los puntos de referencia que uno va fijando en el camino, otra cosa es de noche oscura con un “piazo” de cochino al hombro amen de las escopetas, los cartuchos, las linternas que a Dios gracias se nos ocurrió llevar por si acaso (Ahora en la distancia del tiempo pienso que fue el presentimiento de que nos iba a dar la noche cazando). Pero el hecho es que después de caminar por espacio de una hora y ya entrada la noche , Fermín decidió hacer un recorrido solo para ubicar la cerca de alambre de púas, en la cual por precaución dejamos colgadas unas hojas de palma para señalar la ubicación del campamento, mientras que Siegert y yo descansábamos junto al cochino. Pasaron mas de veinte minutos y yo veía la luz de la linterna del loco dando vueltas en aquella sabana, lo que me llevó a reconocer que la fama de buen caminador que tiene ese hombre está bien ganada. En ésa y otras oportunidades me di real cuenta que a Fermín no hay quien se le ponga al lado a la hora de caminar en el monte, así también de su maravillosa puntería y lo incansable de su espíritu de camaradería y alegría contagiosa, parece que eso es parte de su pasado religioso, ya que fue pastor evangélico Pentecostal y no pierde la ocasión de citar los pasajes de la Biblia, aunque según él, ahora está de “vacaciones”. Regresó el loco cansado y nos dijo que era preferible quedarnos dormir allí donde estabamos ya que no había podido encontrar el campamento, habiendo caminado largo trecho por la cerca. Como esas haciendas son casi exclusivamente para la cría de ganado y sabiendo que toda la sabana está llena de garrapatas, mosquitos y cualquier otra cantidad de bichos de uña y pelo, yo le dije que prefería caminar toda la noche y no estar después dos o tres semanas picado de garrapatas. Agarré la linterna y me dirigí en la dirección que me señaló el loco hacia la cerca, llegando en unos cinco minutos, arranqué hacia la derecha y después de caminar como un cuarto de hora se me ocurrió mirar hacia el cielo en busca de Orión, y para mi sorpresa me di cuenta que iba rumbo al Sur lo contrario de lo que debía hacer ya que cuando salimos del campamento, lo hicimos con el rumbo Sur y es el que siguen casi todos los cauces de agua de caños y ríos del llano a rendirles tributo al Orinoco, o sea que, “si sigo caminando llego a San Fernando”. Me di la vuelta y volví sobre mis pasos y cuando pasé cerca de mis compañeros les indiqué a gritos el error y seguí caminando rumbo al norte siguiendo la cerca. Después de casi media hora de camino mi sorpresa fue grande al llegar al paso de caño donde se veían las huellas de la camioneta todavía frescas y me di cuenta que había pasado frente al campamento sin haberlo visto. Ya ubicado me regresé y fui buscando con cuidado las hojas de palma sobre la cerca y resulta que aparentemente la brisa las había tumbado ya que estaban en el suelo y con la linterna miré el resplandor de las hamacas y la camioneta en el campamento.
El sentimiento en esos momentos es algo indescriptible uno no sabe si es de alegría, felicidad, seguridad, tranquilidad o un poco de todos ellos juntos, el hecho es que comienza usted a dar gracias a Dios, a su santo preferido y se convence que la constancia, la seguridad en sí mismo, la actitud positiva ante los problemas y el enfoque correcto de las situaciones siempre conducen a buen final. Después de volver a colocar las hojas de palma en la cerca, emprendí la caminata para buscar a mis dos compañeros, ya cercano al sitio donde suponía los encontraría se me presentó un candil como a diez metros de mí y al fijarme bien vi un venado caramerudo bastante grande al cual le disparé en el momento en que comenzó a correr, lo primero que escuché después de la explosión fue al loco Fermín gritándome que a que le había disparado, le respondí que a un venado, e inmediatamente me fui a buscarlo, había llegado casi a meterse a la montaña y cuando me le acerqué con precaución me di cuenta que estaba levantando la cabeza y comenzaba a pararse, sin pensarlo le volví a disparar casi a boca de jarro en el codillo y el animal pegó un brinco como de un metro cayendo en un matorral cercano. Lo saqué arrastrándolo y casi al momento llegó el loco corriendo y pegando gritos de alegría al ver el cuerno peludo de mas de cuarenta kilos que estaba en el suelo. Parece ser que el primer disparo le pegó en los cuernos y lo desmayó pues solo conseguimos ver un agujero de plomo en el borde del cuello que en ningún caso lo hubiera matado, ni siquiera inmovilizado, pero el segundo disparo le abrió un hueco como de seis centímetros de diámetro en el codillo que lo dejó frío.
La alegría del momento se disipó cual humo leve, como dice la canción al darnos cuenta que la remolcada ahora sería doble, cuando les conté lo que había pasado con las hojas de palma en el campamento y que el mismo estaba mas o menos a diez minutos de camino, la decisión fue unánime, decidimos limpiar al venado y encaramar los dos animales en un árbol fuera del alcance de los zorros o cualquier otro depredador que se acercara durante la noche.
Caminamos hasta el campamento y sin ni siquiera cambiarnos de ropa nos tiramos en los chinchorros y está por demás decir que esa noche (o lo que quedaba de ella) a nadie se le ocurrió echar chistes, ni cuentos ni nada que se le parezca, solo los ronquidos de los tres formaron el concierto que alejó a todo ser viviente que pudiera estar a quinientos metros a la redonda.
Cuando los primeros rayos de sol comenzaron a brillar, salimos en la camioneta a recoger el producto de la cacería de la noche pensando que mientras más rápido lo hiciéramos menos chance les daríamos los zorros a comerse parte de ellos. El asombro fue grande al ver que
desde allí podíamos ver el campamento a través de los árboles y en línea recta la distancia no era mayor a cien metros.
Regresamos al campamento y procedimos a guindar los dos animales en unos árboles para desollarlos, arte en el cual el loco se ha especializado. La mayor sorpresa es que Siegert se dedicó a preparar la fogata y cuando el loco sacó los lomitos del venado, le dijo que se olvidara de meterlos en la nevera pues él sabía la forma de prepararlos a la parrilla y en eso estaba trabajando en el momento.
Aquel desayuno fue algo especial e inolvidable, los medallones de lomito quedaron estupendos aquel hombre se esmeró en la preparación y la ensalada como contorno era digna del mejor restaurant. Fue un “desalmuerzo “, que por supuesto nos llevó de nuevo a los chinchorros.
Como a las once de la mañana, decidimos tirar otro lance de cacería por el caño y arrancamos con nuestras respectivas cantimploras a caminar por aquel cauce seco pero en dirección contraria al día anterior, caño arriba recorrimos mas de una hora de camino y solo logramos ver unas guacharacas a las cuales por supuesto no disparamos ya que en realidad la cacería estaba hecha.
Al rato decidimos regresar al campamento a recoger los corotos y emprender el regreso hacia Caracas, para lo cual teníamos que pasar obligatoriamente por la alcabala de Pardillar, martirio obligado de todos los cazadores de los llanos centrales. La revisión no se hizo esperar y después de abrir las cavas, chequear los permisos de cacería y no encontrar nada que estuviera fuera de lo normal, el guardia no podía dejarnos pasar sin hacernos participes de la acostumbrada matraca, tuvimos que regalarles cuatro cervezas y jurarles por todos los santos que no estabamos tomando nada de licor para que nos dejara pasar rumbo a Caracas, después de pasado el susto de rigor llegamos al río que está como a diez minutos y en el cual nos sacamos las garrapatas, en esa agua limpia y muy fría donde siempre nos paramos de regreso del llano. Aprovechamos de sacar el
cochino alzado y el venado del compartimiento de contrabando del doble piso de la camioneta y procedimos a meterlos en las cavas con hielo. Reemprendímos el camino de regreso a Caracas, no sin antes pararnos a comer las cachapas con queso de mano acostumbradas a nivel de carretera cerca de San Casimiro, llegando a la ciudad a las ocho de la noche del domingo y completando así otro maravilloso fin de semana no sin antes programar el próximo viaje que será mas o menos en unos quince días.
Caracas, 31 de Diciembre de 1.998.
Por: Manuel A. Urbina P.
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