Tuesday, February 5, 2008

CARNAVALES EN LOS SALTOS DE URAIMA

En los carnavales de 1.989, me invitó el tigre Raúl Odremán, para que los acompañara, a él y a su hermano Luis, a un viaje que organiza su cuñado Hermes en Ciudad Bolívar, a pescar al río La Paragua, en su parte alta, mas específicamente a los Saltos de Uraima.
Nuestro viaje comienza en el Aeropuerto Metropolitano, al cual llegamos muy temprano, ya que tenemos que cargar el Cessna 206, con todo el equipaje y equipos de pesca, para pasarnos los próximos cuatro días.
Al llegar al hangar, Luis sacó su cámara de video y comenzó la filmación del proceso de carga del avión, además de hacer la presentación para después pasarlo en la reunión de los miércoles del Club Los Tigres.
Una vez listo el 1294-P, Raúl quién funge de piloto, se encarga de hacer el plan de vuelo a la Torre y de seguidas carreteamos hasta la cabecera, para emprender el vuelo, hasta Ciudad Bolívar. El trayecto es de unas dos horas y veinte minutos, los cuales aprovechó Luis para grabar en su cámara, comenzando por el cruce de la cordillera sur, que nos lleva sobre el Parque Nacional Guatopo, con sus cerros llenos de una vegetación espesa, con todo tipo de árboles frondosos, que dan al paisaje un verdor que se hace infinito al remontar el vuelo sobre los siete mil quinientos pies de altura que debemos alcanzar para llegar al nivel de crucero fijado por nuestro Capitán. El rumbo que llevamos nos hace pasar sobre la represa de Guanapito, que se encuentra al Noroeste, del pueblo de Altagracia de Orituco, el cual sobrevolamos y desde donde comienza el disfrute de ése extenso territorio llano que caracteriza la parte central de Venezuela. De ahí en adelante el viaje se hace de una monotonía que solo es interrumpida por las variadas lagunas ó represas que encontramos en el camino y que con el mapa viejo de carreteras que llevo, vamos identificando, ó tratando al menos, para hacer mas atractivo el largo vuelo. Desde ésta altura, son muy pocos los detalles que se ven sobre el terreno, resaltan la carretera que va de Este a Oeste, por el llano, al Sur de la Cordillera Central y que enlaza a Guanape con Altagracia de Orituco y sigue hasta empalmar con la carretera Norte Sur, que va hacia El Sombrero desde Los Valles del Tuy. Así mismo vemos por el Sur, la carretera de los llanos que enlaza a Valle La Pascua con San José de Guaribe, Saraza y sigue hasta Anaco, para comunicarse por el Norte con Barcelona, al Este con Maturín y al Sur con Ciudad Bolívar, nuestro destino en la primera etapa del viaje.

Al pasar sobre el pueblo de Altagracia, y volando hacia el Este la naturaleza nos regala un espectáculo digno del mejor de los pintores, ya que en medio del verdor de la sabana, vemos una alfombra amarilla intensa formada por los araguaneyes nuestro árbol nacional que en su floración dominan el paisaje haciendo un contraste de colores que es muy difícil ver ya que es efímera su duración, botando las flores en pocos días.
Después de hora y media de vuelo comenzamos a ver los pozos petroleros que abundan en ésta zona Oriental, con sus mechuzos quemando un gas que yo suponía estaba prohibido, no solo por la contaminación que hace al ambiente, sino por lo costoso de dicho combustible en el uso de las cocinas hogareñas. Pienso en éstos momentos si no seria preferible el regalar dicho gas a los venezolanos, quienes son sus verdaderos propietarios y no quemarlo cambiando las condiciones del ambiente y sabe Dios si no serán ésas las causas que están determinando el cambio en el ciclo de las lluvias que tanto daño han causado a nuestro pueblo.
Al pasar al oeste de Anaco y ya rumbo directo a Ciudad Bolívar, de repente cambia el paisaje y el verde intenso de los pinos, lo geométrico de sus plantaciones y la enorme cantidad hacen una alfombra vegetal que nos da la impresión de no estar en nuestro país. Desde el aire Uverito, es otro mundo, la idea de ése gran venezolano de convertir las llanuras de Monagas en un paraíso vegetal sembrando millones de pinos caribe, en unas sabanas desérticas, merece el elogio y reconocimiento de todos sus compatriotas. La idea original pareció ser el suministro de la fibra larga de éstos pinos caribe para la elaboración de pulpa de papel, industria por demás rentable, ya que le suministraría el papel para elaboración de los periódicos y eliminaría la importación multimillonaria que por este rubro se hace. Sin embargo y como todo en este país, a alguien, se le ocurrió que no se debía explotar dichos bosques talándolos, aunque su recuperación estaba garantizada por la forma de cultivo intensivo y resiembra, no se sabe motivado por que intereses oscuros y malsanos y hoy en día no se hace el debido aprovechamiento de esas riquezas renovables.
Este bosque infinito ya casi llega a las orillas del río Orinoco, el cual teníamos a la vista con su inmensidad de playas de arena blanca y un caudal de agua de un color amarillo claro consecuencia de las arenas que arrastra él y sus tributarios por los llanos del País.
Pescando en la laguna de los recuerdos, me viene a la mente el primer encuentro con éste maravilloso río, cuando hicimos el viaje por carretera
junto a mi gran amigo Miguel Osío, hasta Boa Vista en la frontera de Venezuela con Brazil, llegamos atardeciendo al puente de Angosturas y ante la inmensidad de sus aguas y lo espectacular del paisaje me quedé mudo de admiración, ya que jamás imaginé un río de tan tremendo caudal. Uno como ser humano se siente chiquitíco y la mente crea un sentido de grandeza y poderío en lo más recóndito del ser al saberse partícipe de tan inmenso cúmulo de bellezas.
El Orinoco es un eje fluvial navegable, desde sus múltiples bocas que desaguan al mar, remontando hasta los raudales de Atures y Maipures, frente a Puerto Ayacucho, donde después de un corto recorrido por tierra se llega a Samariapo, puerto de embarque para llegar río arriba, casi hasta la frontera con Brazil. Este recorrido con lujo de detalles, lo pintó el gran Julio Verne, en su libro “El Soberbio Orinoco”, sin siquiera haber puesto un pie en América y al leer dicho libro, he podido disfrutar más del viaje, que cuando lo hice en la Séptima carrera “Nuestros Ríos son navegables”, en la que participé, ó cuando volamos al Sur, hasta Santa Bárbara del Orinoco, para remontar el río Ventuari a pescar.
El puente de Angosturas, sobre el Orinoco es una obra de ingeniería solamente superado por el Puente del Lago de Maracaibo, está cerca a la Ciudad y presta un servicio de incalculable valor económico para la zona.
Pasamos a la ribera Sur del río y de inmediato apareció el Aeropuerto Internacional de Ciudad Bolívar, cercano al río y casi en medio de la Ciudad.
El aterrizaje no se hizo esperar y después de estacionar el avión llamamos a Hermes, el cuñado de Raúl y Luis, para que nos vinieran a recoger al Aeropuerto. Nos tomamos un café y yo aproveché de ir hasta Rutaca, la línea aérea que está al final del Aeropuerto, y que es propiedad de la Sra.
Mares, donde trabaja nuestro gran amigo Eugenio Molina, como jefe de pilotos, a quien conocimos hace muchos años en la época en que Miguel y yo nos dedicamos a la minería con el avión YV-494-P, y que nos prestó además de su amistad el apoyo necesario para ésa gran aventura de la cual algún día escribiré algunas páginas.
Para mi desdicha Eugenio no estaba, ya que se encontraba volando, le deje el mas afectuoso saludo y nos fuimos al avión a descargar los equipajes para irnos a la casa de Hermes, q uién nos recogió con su camioneta y nos llevó a su casa. Al rato llegó Otto Infante con sus hijos, otro miembro del Club Los Tigres, al que me une gran amistad y aprecio, que se vino por carretera, en su camioneta Toyota desde Caracas, como acostumbra hacer para éstos viajes.
Nos reunimos en el patio de la casa a conversar y a celebrar el reencuentro ya que es la tercera vez que acudimos a este viaje que conlleva un gran trabajo logístico por parte de Hermes y los demás compañeros de Ciudad Bolivar. Esto incluye, la compra de alimentos y contratación de dos canoas en el pueblo de La Paragua, donde tiene un pequeño negocio de alimentos para los mineros.
Nos acostamos temprano y a eso de las seis de la mañana del domingo, comenzamos a cargar las camionetas y partimos rumbo a La Paragua, se nos unieron Chuito personaje alegre, echador de bromas y quien siempre es el cocinero estrella del grupo, junto con dos amigos y otra camioneta que lleva un bote de aluminio, para acompañarnos en el viaje. El grupo se conformaba de unas veinte personas, entre adultos y muchachos con un espíritu de grupo muy pocas veces visto, entre tantas personas muchas de las cuales acabábamos de conocer.
La carretera hacia La Paragua es la misma que conduce a Ciudad Piar, su rumbo es hacia el Sur y hay que atravesar la vía férrea que conduce el mineral de hierro del Cerro Bolívar, hasta Matanzas, puerto de embarque en el río Orinoco. Es una vía asfaltada casi toda recta y a ambos lados se ven grandes rocas graníticas con una forma redondeada, de color oscuro que son características del Estado Bolívar. A lo lejos y a la derecha vemos el cerro Bolívar, con los cortes que le han hecho para sacar el mineral de
hierro y al pasar dicha zona encontramos unos extensos morichales que nos
acompáñan casi hasta La Paragua. El pueblo, está en la orilla norte del río del mismo nombre y Hermes nos comentó que cuando cerraron las compuertas del Guri, para hacer la inauguración de su segunda etapa,
el pueblo casi en su totalidad quedó inundado por la creciente, de ahí que tuvieron que mudar muchas casas para las partes mas altas y todavía se ven zonas con casas hundidas a un metro de agua . Compramos unas pilas de linterna que se nos habían olvidado y nos fuimos directamente al embarcadero donde nos estaban esperando las dos canoas con sus motoristas, (así llaman a los baquianos del río, que lo conocen como a la palma de su mano para pasar los raudales y bajos peligrosos para la navegación).
El embarcar los equipajes y la gran cantidad de cajas con alimentos, casi no deja espacio para las personas, ya que ambas canoas llevan una gran cava de un metro y medio de largo por un metro de ancho y unos ochenta centímetros de alto, las cuales deben regresar llenas de pescado si es que nos va bien, tal y como hemos programado.
Ya con el grupo a bordo de las dos canoas de madera y una vez probado el bote de aluminio con su motor nuevo, emprendimos la navegación río arriba.
El Paragua es de un color rojizo debido al tanino que desprenden sus aguas de la corteza de los árboles de las riberas, comenzamos a cruzarnos con canoas de indios de la región en una cantidad que nunca habíamos observado, incluso en las riberas encontramos varias churuatas formando caseríos con sus elevadas puntas que se asemejan a una barquilla de helados invertida características de las tribus que habitan la región. Explicación a esto nos la dio el motorista, dueño de la canoa, quien nos comentó acerca de una “bulla” que reventó en el Alto Paragua, llamada Karum ,hace unos meses y que está botando diamantes y oro en grandes cantidades, de allí la gran cantidad de tráfico por el río, único medio de comunicación para llevar el combustible y comida para los mineros que invadieron la zona.
Antes de llegar a la isla Casabe, comenzamos a observar las balsas de los mineros sacando el “material” (Llámase así a la arena chupada del fondo) que contiene el oro ó diamantes del lecho del río para lavarlos y procesarlos. y que abundan en éste río. La isla esta formada por una especie de “ madre vieja”, ó cauce viejo del río, que está poblada por varias familias de indígenas y mineros, con una pequeña pista de aterrizaje que les sirve para el aprovisionamiento de alimentos y medicinas. En un recodo del río nos encontramos con una balsa metálica de un tamaño descomunal y nos contó Pedro nuestro motorista que se trata de la balsa de “Tobi”, un personaje casi de leyenda en el Paragua, que se ha hecho multimillonario con la utilización de ésa balsa que tiene equipos sofisticados, como son cámaras submarinas para ver bajo del agua donde tienen que ser ubicadas las chupadoras, que maneja solo con la ayuda de un indio que lo acompaña como su sombra. Son muchas las historias de Tobi, pero lo cierto que con ésos equipos y trabajando prácticamente solo debe tener una gran utilidad ése pionero de las minas de oro en el Paragua.
Remontando un pequeño raudal que forma el río, nos encontramos en la ribera izquierda, la desembocadura del río Oris, que le cae al Paragua y nos cuenta nuestro motorista que hay unas minas cerca del río Oris que están “botando” oro desde el año de 1.945. Pescando en el recuerdo me vino a la memoria los viajes que hicimos Miguel Osío y yo, con nuestro avión el YV-494-P, que pasamos sobre ésta minas y una brecha ó hendidura que se formó en la parte sur de ésas minas en la sabana que llega a orillas del río Paragua , como si el suelo se hubiera rajado y que estaba siendo explotada por mineros los cuales veíamos cada vez que pasábamos muy bajo, para llegar a la quebrada Lapo, donde estaban los cuatro hermanos Rodriguez ,que se autodenominában “Los Caraqueños” y que eran nuestros socios en la explotación de diamantes en la quebrada Lapo y la de Urutaní. Es en Urutaní que se encuentra el llamado “Papelón de Oris”, que nada tiene que envidiarle al famoso Pan de Azúcar Brasilero, solo que como está al borde de una pequeña cordillera es menos visible y aun menos conocida, pero igual de bello y desconocido para la gran mayoría de los venezolanos.
De todos los viajes y excursiones que hemos hecho recuerdo que al llegar a la quebrada Urutaní le dije a Miguel que si existía un cielo en la tierra, tenía que ser allí, debido a lo espectacular del paisaje. Imagínense una quebrada de agua transparente, fría como de nevera, bajando desde una altura de unos doscientos metros, en forma escalonada, entre rocas inmensas y en medio de una vegetación con árboles de unos cincuenta metros de alto, totalmente virgen, ya que muchas veces los Rodriguez tuvieron que abrir camino en medio de la montaña a punta de machete, para llegar al sitio.
Seguimos navegando río arriba y en una de las vueltas que da el río, nuestro motorista se acercó a la orilla, para descargar a todas las personas y pasar él solo, un raudal que teníamos enfrente y que caminamos por la orilla derecha, para evitar el peligro de un volcamiento o “Que se nos trambucara la canoa”, como dicen ellos. Nos embarcamos de nuevo y ya casi poniéndose el Sol, nos orillamos en la ribera derecha, en el sitio donde Pedro tiene su casita, para hacer el primer campamento ya que es imposible el navegar éste río de noche, pues tiene muchas piedras, obstáculos y raudales. Bajamos los equipos y chinchorros y mientras colgábamos, Pedro se encargó de prender unos mechuzos, (Latas con kerosene y una mecha de trapo) , para tener algo de iluminación. La comida fue una “ bala fría”
nombre que le damos a unos sandwhiches preparados rápidamente y que después de un whuiskicito, nos dejó listos para disfrutar de la partida de Truco que montó Chuito y sus compañeros en una pequeña mesa de campaña que se me ocurrió llevar para comodidad del campamento. Yo nunca me imaginé que éste juego (del cual no tengo la menor idea), fuese tan apasionante, ya que se caldearon los ánimos y al rato a uno de los muchachos se le ocurrió ponerse a jugar carnaval con agua y al mojar a Chuito, agarró la mesa y se la pegó por la espalda, con lo que por supuesto se acabó la partida, se rompió la mesa y por supuesto ante lo desagradable del momento y para evitar males mayores, decidimos irnos a dormir. No había pasado ni diez minutos cuando la montaña donde estábamos parecía una jaula de tigres con los ronquidos de todos los presentes.
No había salido el Sol cuando la actividad se tornó febril, todos descolgamos los chinchorros y mosquiteros, embarcamos los equipajes y re emprendimos la marcha navegando río arriba hasta la isla de arena blanca y piedras, que se forma a unos cuatrocientos metros mas abajo de los saltos de Uraima y que sería el punto de llegada de nuestro viaje. El trayecto duró una hora y media y la algarabía que se formó con la llegada a la playa quedó plasmada en la cinta de video que Luis se encargó de filmar por todo el camino.
Cada quien se ubicó en el sitio que mas le gustaba y yo aproveche la experiencia de los viajes anteriores para buscar una parte elevada que tiene unos arbustos donde guindé el año pasado y que está protegido por unas piedras que no dejan pasar el frío de la madrugada.
Todavía estaba acomodando mi equipaje cuando sentimos los gritos de los compañeros del bote de aluminio que llegando se pusieron a pescar y comenzaron en la salida del caño principal por donde desaguan los saltos de Uraima, sacando las primeras Payaras y formando por supuesto tremenda algarabía que nos hizo preparar los equipos, de pura envidia, para ir pescar a la parte alta donde caen los saltos.
Nuestro guía nos comentó que mejor era ir por el lado derecho de la isla que forman los saltos y llegar a pie al sitio de pesca y no como las veces anteriores hemos hecho, navegando en la canoa y remontando el canal principal, de unos cincuenta metros de ancho y cuatrocientos de largo, con una velocidad de agua en contra tremenda para llegar directo a los saltos. Parece que la corriente éste año es muy fuerte y es grande el peligro de trambucar la canoa. Obedeciendo la voz de la experiencia fuimos navegando por el lado derecho y llegamos a un embarcadero que tienen los dueños de una casa que sirve de abastos, donde como cosa curiosa, la señora nos enseñó unas grullas que recogió en el monte y las crió con las gallinas y que nos contó tienen fama de cantar con el rabo. La realidad es que el ruido que hacen es muy parecido a un viento (alias péo ) y como cosa jocosa quedó para el recuerdo el canto de las grullas “por atrás”.
Comenzamos la caminata por una trilla de mineros y en unos quince minutos llegamos a las piedras que forman la ribera de una especie de olla de unos ochenta metros de diámetro, formada por un gran caudal de agua que baja de una altura de unos seis metros y unos sesenta metros de ancho con tremendo estruendo y de una belleza incomparable, ante nosotros estaban los famosos “Saltos de Uraima”. Todas las riberas son de piedras y en la opuesta, estaban unos indios con su canoa, subiendo los tambores de gasoil, gasolina y cajas de alimentos, amen de la canoa para llegar a la parte superior del salto donde continuarían el viaje hasta Karúm. Hay que ver el trabajo que pasan con esas cargas tan pesadas, por sobre inmensas piedras que dificultan mas el transporte pero así es que se ganan la vida sin tener que cazar ni pescar, ayudando todos, mujeres ancianos y niños.
Nos pusimos pescar no mas al llegar, y el primero que sacó una payara de unos cuatro kilos fue Hermes quien formó tremendo alboroto. Otto Infante se fue por el borde de las piedras cerca al salto y con su caña de 20 libras nos dio una clase memorable de pesca cuando sacó una payara de unos tres kilos que Luis se encargó de filmar con su vidéograbadora. Raul y yo nos pusimos cerca en las misma piedras que pescamos el año anterior, nuestros carretes de mano tienen nylons de 100 libras y los señuelos que estabamos usando son los Rapala Magnum de 30 cms, La idea nuestra es sacar las payaras más grandes, pues establecímos un concurso para el que saque la mayor de ellas. Este tipo de pesca es muy peculiar, ya que se trata de lanzar el señuelo en la corriente que se lo va llevando y una vez que está a unos cincuenta metros, se comienza a recoger con movimientos bruscos hasta que se logra el “Strike”,(esto es cuando se clava el pez) peleando al animal para que no llegue a partir la línea, cosa muy fácil para la payaras ya que tienen una enorme dentadura cuyos colmillos atraviesan el maxilar superior a ambos lados de los ojos.
En menos de quince minutos aquello era una “merienda de negros”, todo el mundo gritaba al enganchar su payara y de repente estabamos tres o cuatro recogiendo la suya al mismo tiempo. Casi todos los animales pesaban mas de tres kilos y el escándalo era mayor cuando más grande era el animal.
Después de sacar unas seis piezas se me ocurrió dejar que el señuelo cogiera mas profundidad buscando los animales más grandes, es conocido por los pescadores viejos, que los peces mas jóvenes son más rápidos y a veces no dejan comer a los mas viejos y por supuesto mas pesados. Efectivamente el templón que me dieron, me sacó el nylon de la mano, comencé la pelea y estuve como cinco minutos para poder traer el animal a la orilla de la piedra donde estaba pescando, me bajé casi al nivel del agua y cuando metí el bichero para enganchar al animal el susto que me pegó me hizo brincar hacia atrás, pues no se trataba de una payara, sino de una guabína de unos quince kilos que me asomó la cabeza fuera del agua enseñándome una dentadura parecida a la del tiburón. Estas guabinas son las llamadas “Aymaras”, de sabor exquisito, que llegan a pesar unos sesenta kilos y su aspecto mete miedo ya que son de color marrón oscuro casi negro y además de dar muy buena pelea se sueltan muy fácilmente del anzuelo, de ahí la relación que hace su nombre con el “guabineo”.
En menos de una hora la pesca estaba hecha, Hermes logró sacar la mayor payara, que al pesarla llegó a los doce kilos cuatrocientos gramos casi igual a otra que sacaron los que se quedaron abajo, que pesó doce kilos exactos y que por supuesto aproveché de sacarme una foto con ambas, regalo que estuvo a cargo del tigre Otto y que quedó para el recuerdo y disfrute posterior.
Al ver la cantidad de Payaras que sacamos entre todos, se me ocurrió preguntarle a Hermes como diablos ibamos a llevar esa cantidad de animales cargados hasta la canoa. Se me quedó viendo con una cara de contrariedad ya que él tampoco lo había pensado, y antes de que me contestara, me puse a pegarle gritos al indio que iba arrancando con su canoa desde la ribera opuesta y cuando se acercó le pregunte que cuanto me cobraba por llevar todo el pescado hasta la isla, me contestó “tres”, y yo suponiendo que se trataba de trescientos bolívares me apresuré a decirle que le echara pichón y se acercara. En menos de lo que canta un gallo ronco, les llenamos la canoa de payaras y de inmediato volvió a cruzar al otro lado del canal y le zumbó tres payaras a los compañeros que estaban allí. Al darnos cuenta de que no se trataba de trescientos Bolívares, sino de tres pescados, le comenzamos a gritar todos que cogieran más. El hombre se alegró mucho pero sólo agarró dos payaras mas y emprendió la navegación por el canal a millón ya que la corriente es muy fuerte y empuja las canoas a una velocidad increíble.
Recogimos los equipos de pesca y comenzamos el camino por la trilla por donde venimos y al rato estabamos embarcándonos en nuestra canoa, navegando unos diez minutos de regreso al campamento. El grito de guerra se hizo sentir y en medio de la alegría nos recibieron los que se quedaron, felicitándonos por la buena pesca que obtuvimos.
Chuito se encargó de preparar un suculento sancocho con las primera payáras que sacaron los del bote de aluminio y una hallaquitas de chicharrón que sabían a gloria. Un grupo de unos cuatro nos encargamos de limpiar los pescados y cortarles las cabezas, para tener mas capacidad de almacenamiento y al contarlas nos dimos cuenta que nos habíamos “pasado de maraca” como se dice en criollo ya que eran ochenticuatro animales y esto nos indicaba que no podíamos seguir pescando mas, ya que no teníamos suficiente capacidad de hielo para conservar tanto pescado.
Decidí poner a hervir las dos cabezas de las payaras mas grandes, para limpiarlas y llevármelas de recuerdo, pero como la fogata ya estaba apagada, las puse al sol y me olvidé del asunto. Este trofeo es espectacular ya que los huesos de la cabeza quedan unidos a las mandíbulas y los dientes de casi dos centímetros de largo le dan un aspecto feroz al cráneo. En la tarde le comenté a Hermes que tenía un encargo de llevar para Caracas, unas aymaras que me pidió el dueño de la tienda La Gran Vía en Los Chaguaramos, al que le regalé el año anterior dos de ellas y quedó maravillado por el gusto de las mismas. Nos pusimos a preparar los chinchorros de pesca para tenderlos en la noche y al oscurecer, procedimos a hacerlo en los manglares que están al frente del campamento uno de ellos y el otro casi en la salida del canal principal. Regresamos y después de celebrar lo maravilloso de la pesca alrededor de la fogata, comenzamos a echar cuentos y chistes, hasta que el cansancio nos venció y cada quien se fue recogiendo a sus respectivos chinchorros para comenzar el concierto de ronquidos acostumbrado.
Casi saliendo el Sol, me despertó Hermes y Pedro para ir a recoger los Chinchorros, salimos en silencio para no molestar a los demás que aún dormían y al comenzar a recogerlos empezaron a salir las aymaras deseadas junto a tres tipos de bagres, de los cuales yo solo conocía uno, que es el Toyo, de color negruzco con mucha sangre al abrirlo. Uno de los otros nos explicó Otto, quien es profesor universitario en la U.C.V. de Biología marina, se le llama “Bagre boca é culo”, ya que su boca se asemeja mucho a dicho instrumento personal, el siguiente era un bagre tigre, el cual tiene las mismas pintas del felino. En el otro chinchorro casi no había nada a excepción de una Curbinata de unos cuatro kilos, pues se había soltado de uno de sus extremos y estaba enredado en el otro, lo que impidió pescara algo más. Al llegar el cocinero oficial, Chuito se puso muy contento por la Curbinata y se dedicó a prepararla rellena envuelta en papel de aluminio en una fogata que preparó y que sirvió para hacer una especie de horno playero, enterrándola cubierta de brazas. A mí me pareció un poco arriesgado la cosa pero al ver la seguridad con que el chef, hacía su cosa preferí no meter la cuchara en el asunto. Mis temores fueron ciertos y al sacar el pescado de las brazas, se rompió el papel de aluminio y se formó tremendo arenero. Está de mas decir que con todo y arena quedó buenísima la curbinata.
Después del suculento desayuno, con pescado frito y demás nos fuimos con las canoas a pescar a la desembocadura del caño, frente al campamento y desde el mismo bote capturamos varias payaras pequeñas y estando en eso pasó por nuestro lado una canoa con dos indios llevando un cargamento tremendo y sobre él, una cama con su colchón que sobresalía a los lados de la embarcación. Pasaron la primera parte del raudal y cuando enfilaron el canal principal el colchón pegó del agua y la fuerza de la corriente lo sacó de un solo golpe de la canoa, casi volteándola, menos mal que los indios reaccionaron bien y se dedicaron de inmediato a sacar el agua que embarcaron, a nosotros nos pasó el colchón como a cincuenta metros pero llevaba una velocidad de unos cien kilómetros por hora y no pudimos hacer nada por recuperarlo. Al rato bajaron los indios con su canoa a perseguirlo río abajo, y lo mejor del caso es que iban muertos de la risa.
Terminamos de pescar y al llegar al campamento todos estaban riéndose de lo que les paso a los indios con el colchón, pero nuestro asombro fue grande cuando pasaron al rato con su colchón a bordo otra vez para subir de nuevo por el raudal, esta vez con éxito, gracias a Dios.
En la tarde nos dedicamos a brindar por lo bien que nos había ido con la pesca y la cena tempranera con pescado frito, ya que teníamos que recogernos temprano para levantar campamento muy de mañana y emprender el regreso río abajo.
Muy de mañana la actividad se hizo febril, comenzamos recogiendo los chinchorros y mosquiteros, además del equipaje y equipos de pesca, embarcamos todo en las dos canoas y después de limpiar toda la zona del campamento muy bien, (esto ya se ha hecho religión en todos los viajes ya que para uno mismo es muy desagradable encontrar un basurero donde uno va a dormir y pasar ratos agradables), emprendimos la navegación, esta vez río abajo, con la corriente de popa. De regreso quizá por ya haber conocido el camino y la velocidad que imprime el agua a la canoa, el viaje se hace mas corto, llegamos al raudal en el que nos volvimos a bajar y después del corto recorrido por tierra, nos volvimos a embarcar no sin antes tomar fotos de todo el grupo a orillas del río.
El recorrido en total es de unas seis horas navegando de un solo tirón y al llegar de nuevo al pueblo de La Paragua, muchos de los habitantes del sitio que conocen a Hermes se acercaron para darnos la bienvenida. Fuimos hasta los carros para acercarlos al embarcadero y hacer más fácil su carga. Nos reunimos frente al negocio de Hermes y de seguidas comenzó la partida por carretera, no sin antes repartirnos algunos de los pescados, ya que la mayoría le queda al negocio de Hermes y con ello los gastos bajan considerablemente, haciendo de este viaje un atractivo mas ya no solo por el disfrute del paseo, la pesca ó la aventura de la navegación, también por lo económico que nos resulta al ser los gastos muy bajos ya que él, descuenta en forma proporcional, el valor comercial de lo pescado.
Al llegar al entronque de vías que va hacia Ciudad Piar, encontramos una Alcabála móvil del Ejercito, que al vernos en la camioneta Pick Up que llevaba una de las cavas con parte del pescado, nos detuvieron e intentaron decomisarnos el pescado, gracias Dios que Otto cargaba sus credenciales de profesor de la Universidad y su respectivo permiso de pesca, con lo cual se resolvió el problema. Me monté en la Toyota de Otto y continuamos la carretera rumbo Norte, después de pasar la vía del tren, comenzamos a sentir una pequeña vibración en uno de los cauchos traseros y al aminorar la marcha, soltamos el caucho trasero del lado del volante, que nos pasó por nuestro lado como si fuera de otro carro, y que al frenar con tremendo escándalo ya que el tambor hecha chispas al rodar sobre el asfalto ,tuvimos que bajar a recogerlo, con el problema de que se habían perdido tres de las tuercas que fijan el ring al tambor de frenos del carro. La solución fue sacar una tuerca a cada uno de los otros cauchos, como el loco del chiste, y continuamos el viaje sin mayores problemas.

Al llegar a Ciudad Bolívar Otto mandó a ponerle las tuercas faltantes y seguimos el trayecto hasta el Aeropuerto, donde nos esperaba el Cessna 1294-P, para llevarnos de regreso al aeropuerto Metropolitano, la casa donde está hospedado permanentemente.

Caracas, Marzo 4 del 2.000

Por: Manuel A. Urbina P.

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