Miguel no se cansaba de contarme lo bien que se caza en el Alto Apure. Sus viajes una vez al año duraban unos quince días y siempre llevaban “La Parida” mote con el que bautizaron en Elorza, los llaneros a su Toyota con el remolque atrás. Vivía en ese tiempo en Los Palos Grandes y pasaba casi todos los días por Promaven , el negocio de cocinas empotradas, del cual yo era gerente en la Av. principal de La Castellana.
Para mi era difícil acompañarlo ya que el trabajo y mi familia me impedían tanto tiempo de descanso. Sin embargo en una cacería que hicimos al Hato Miranda al Este de Palo Seco, en el Edo. Guarico, un fin de semana, nos convenció al “Loco” Fermín y a mi a que lo acompañáramos en la excursión que iba a realizar el mes siguiente junto con su compadre Alfonzo, quién siempre va con él.
Yo tenía una camioneta pick up, Chevrolet equipada con sus tubos arriba para poder llevar el bote de aluminio, y casi sin darme cuenta ya estabamos arreglando equipos para el viaje.
Salimos de Caracas en los dos vehículos, El Toyota de Miguel ésta vez sin el remolque y mi camioneta con todos los equipos y el bote arriba para poder conocer el río Arauca y echar una pescadita para matar la fiebre. La vía a seguir es Caracas, Calabozo, San Fernando y después de comprar el hielo y lo que faltaba de comida, tomamos la carretera hacia Achaguas, Mantecal y más allá Elorza, a orillas del río Arauca. Desde que salímos de San Fernando la carretera era bastante buena, pues además de recta en casi todos sus trechos estaba bien asfaltada y como casi todas las vías de los llanos es en forma de terraplén elevado de la llanura que se va haciendo infinita a medida que avanzábamos en el tiempo. El paisaje llanero es de un verdor que tiene muchas tonalidades, llegando desde el verde oscuro muy intenso hasta el verde amarillento en las pocas partes en que el pasto está seco. A ambos lados de la carretera van quedando los “préstamos” o sean los huecos rectangulares que se forman al sacar la tierra necesaria para elevar el nivel de las carreteras, de allí su nombre, se van llenando de agua en el invierno y quedan como lagunas que sirven como reservorio de agua en el verano para el ganado.
Al llegar a Achaguas, se terminó la carretera asfaltada y comenzó el polvero, comenzamos a ver los rebaños de ganado y grandes grupos de chiguires que pastan en conjunto. Algunos de ésos chiguires atraviesan la carretera y vimos restos de dos de ellos atropellados por los carros que iban delante de nosotros.
La ruta que llevábamos es hacia la parte alta del Estado Apure, de donde vienen los ríos Apure, Arauca, Cunaviche, Cinaruco, etc, que nacen casi todos en Colombia y vienen a regar los llanos Apureños, en cursos de Oeste hacia el Este
donde le rinden tributo al Orinoco.
A unos quince minutos de pasar el pueblo de Mantecal, llegamos a una laguna muy grande a la derecha de la carretera y nuestro asombro fue grande ya que la enorme cantidad de patos formaba una alfombra marrón que tapaba casi por completo el agua. Sacamos una escopeta para espantarlos y ver el espectáculo que se forma al levantar el vuelo, aprovechando la oportunidad de tomar varias fotos del contraste de las aves volando que formaban un arco iris de colores decorando el atardecer llanero. La algarabía de los patos es algo digno para el recuerdo y esto me abre la memoria a un episodio similar años mas tarde, cuando llegamos al Parcelamiento Flamingo, en el Estado Falcón, a la casa de mi hermano Daniel y Manuel Antonio, mi hijo menor y yo nos acercamos con la escopeta a la cerca que nos separa de las Granjas de Tibana y en los esteros que se forman allí estaban miles de patos reunidos, aparentemente descansando para su migración al Norte. Les hice dos disparos a una pequeña isla a unos treinta metros y cayeron doce patos que nos apuramos a buscar con el agua por la cintura. Con el ruido de los disparos comenzaron a volar en forma de espiral ascendente con un pato al frente y llegó un momento que taparon la luz del Sol, en una formación tipo flecha y al llegar a cierta altura el que iba adelante se dirigió al Norte franco y los demás dando vueltas se incorporaban al grupo llegando a la misma altura y siguiendo a los de adelante en un orden y una formación que daría envidia a los mejores pilotos de combate.
Fue un regalo que nos hizo Dios a mi hijo y a mí el poder disfrutar de tan magnifico espectáculo al ver remontar vuelo a esa inmensa cantidad de patos migratorios hacia el Norte y pienso que son pocas las persona que han vivido una experiencia semejante.
Continuamos la carretera hacia Elorza y a eso de las cuatro de la tarde llegamos a la orilla del río Arauca en la que nos esperaba la gabarra que transporta los vehículos de la margen izquierda hasta el pueblo en la ribera opuesta. Miguel que fungía de baquiano, nos llevó hasta el Hotel Frontera, propiedad de su amigo Juan del Moral, quien nos recibió con gran alegría. Después de alojarnos en sendos cuartos nos invitó a que después de bañarnos nos reuniéramos en el comedor para cenar y preparar el viaje de mañana.
El Hotel no es otra cosa que una casona antigua reformada, con su patio central al lado del cual se encuentra el comedor y los cuartos están a su alrededor.
Nos reunimos ya entrada la noche y entre chistes y cuentos, el viejo Juan , nos cuenta que el está encargado de suministrarle la comida a los soldados que están acantonados en el pequeño fuerte que está frente al pueblo y que la única carne de que dispone en abundancia es la de chiguire, por lo que cuando le piden un bistec de solomo, se los da de chiguire, el que pide carne molida , se la da de chiguire, carne con papas, carne de chiguire, piscillo de venado, también con carne de chiguire. Esto contado por cualquier cristiano sería motivo de críticas o por lo menos unas calentera, pero en boca de ése viejo llanero, con una chispa que muy pocos tenemos, hizo de la velada una sola mamadera de gallo. Otro de sus cuentos es el de los indios llegan mucho a pedirles comida y para librarse de ellos tiene unos perros grandes que se los arrea y que los persiguen calle abajo, por eso los indios cuando pasan frente al hotel le gritan “Juan del Moral ajo é p...”.
Tan bien le cayó nuestro grupo a Juan que se decidió a ir con nosotros sirviéndonos de guía hasta el Hato Valle Claro donde pensábamos hacer el campamento de cacería.
Muy temprano en la mañana nos paramos para conocer el pueblo y aprovechar para tirar el bote al río, dando un pequeño paseo río arriba, ya que el agua se hace poco profunda a unos quinientos metros del pueblo, el Arauca es un río terroso y tiene sus costas muy altas con relación al nivel del agua en ésta época del año. No pudiendo seguir regresamos y cargamos de nuevo el bote en la camioneta. Como a las once de la mañana, emprendimos la marcha en los dos vehículos, atravesando sabanas, no sin antes cruzar el río en la gabarra, y tomar rumbo al Este casi paralelos al río, todos los caminos son de tierra y eso hace que el vehículo que va al frente levante nubes de polvo que le caen al de atrás por ello decidimos dejar que Miguel se adelantara un poco y así tragar menos polvo. En la pick up íbamos el negro Ivan, hermano de Miguel y yo, y en el Toyota, Miguel, Juan del Moral y Alfonzo. Atravesamos cuatro ó cinco hatos, abriendo y cerrando “falsos”, que son puertas hechas con el mismo alambre de púas que las cercas y unos palos que son movibles y se fijan con alambre a los palos fijos de la cerca. Así mismo se dividen los potreros para mantener separado al ganado. Mas ó menos a una hora de camino, el Toyota se detuvo en medio de una gran sabana y cuando llegamos, ya Miguel tenía su rifle 30-06 listo para disparar y nos señaló dos venados que corrían paralelos a los carros y que ellos habían visto hacia rato. Los animales estaban como a unos ochocientos metros ó más de distancia y cuando el socio (así nos llamamos Miguel y yo), disparó al venado que estaba al frente, pegó un brinco y hecho a correr por lo cerca que le chaflaneó el plomo y seguido por su pareja se perdieron en la lejanía. Allí Juan del Moral también nos dio muestras de su ingenio al decirle al socio “Tíralo que es macho”, refiriéndose a que a él le importaba un pito que fuera macho ó hembra, lo importante era cobrar la pieza ya que nos dijo que tenía que llevarse mañana de regreso para Elorza, dos venados para poder comer otra cosa que no fuera chiguire. El rifle del socio es un arma bastante vieja, pero muy bien cuidada, tipo carabina, con la ventaja que ése calibre tiene una gran variedad de proyectiles diferentes, desde uno que tiene una cápsula plástica de municiones pequeñitas que sirve para la caza de aves ó conejos, hasta un plomo puntiagudo que atraviesa la cabeza de un hacha de leñador por su parte más ancha y que se parece mucho a las balas de los fal que usan nuestras fuerzas armadas. Pasando por los tipos variados de hollow point, y otros mas con puntas expansivas. Viene al recuerdo de una vez en el Hato Miranda, llegamos al atardecer y como no nos daba tiempo para montar el campamento, decidimos tirar un lance de cacería en la camioneta y después de instalar la lampara a la batería del vehículo comenzamos a rodar por el palmar y al rato vimos dos candiles de venados y fuimos Fermin, y yo a tirarlos y como el monte estaba muy alto les disparamos de lejos, dejándolos en el humo y cuando fuimos a recogerlos resultaron ser dos venados jóvenes que completaron el lance pactado.
A la mañana siguiente para blanquear la mira del 30-06, el loco clavó en un árbol con una circunferencia que se abrazaba apenas con los dos brazos, con unos cuchillos las dos cabezas de los venados y comenzamos a dispararles desde una distancia de unos cincuenta metros. Al no ver el efecto de los disparos el “loco” se fue a parar al costado del árbol y después de dos disparos comenzó a gritarnos que nos acercáramos y al hacerlo vimos que lo que quedaba de las cabezas era el cachete y lo más asombroso era que el lado opuesto del árbol estaba astillado pues los proyectiles lo atravesaban de lado a lado y seguían como recién disparados. La potencia de éste rifle es tal que el proyectil llega a dos kilómetros de distancia sin desviar su curso, lo que lo hace una arma ideal para la cacería mayor.
Seguimos recorriendo la sabana, hasta que llegamos a la orilla de una laguna muy bonita llena de patos y Miguel nos indicó que ése era el mejor sitio para levantar el campamento y que iba a dejar para el día de mañana el ir hasta la casa de la Hacienda para saludar al encargado quien es su amigo. Nos dedicamos a instalar las tiendas de campaña y a preparar la cocina con su mesa de troncos amarrados tipo scout que es una gran solución en el monte para colocar los corotos y preparar las comidas. El sitio elegido es en el borde de una “mata” en la orilla norte de la laguna. En lo que bajó el Sol decidimos hacer el primer lance de cacería y después de preparar el foco y las armas , salimos en el Toyota , a lamparear la sabana, no pasaron mas de cinco minutos cuando apareció el primer candil de venado que no estaba a mas de un kilómetro del campamento y cuando Juan lo vio le dijo “Tíralo que es macho” , Miguel se encargó de hacerlo con su puntería de siempre, sonó el cañonazo del 30-06, y se sintió el golpe seco que hace el plomo en el cuero del animal y se apagó el candil,
rodámos hasta el sitio y comenzamos a buscar al venado que no apareció por ningún lado, nos montamos en el Toyota y comenzamos a dar vueltas en círculo para tratar de ubicarlo, pero todo fue en vano, el bicho desapareció como por encanto y el que nos convenció que no perdiéramos mas el tiempo fue Juan, quien nos dijo que en la mañana los zamuros nos iban a decir el sitio donde estaba el venado.
Continuamos lampareando y en una media hora nos apareció una pareja de venados que se pararon con el foco y el “loco” Fermin se encargó de tirar al macho, el cual resultó ser un animal grande de unos cincuenta kilos con una cornamenta peluda de siete puntas. Ahí se acabó la cacería y nos fuimos al campamento donde Fermin y Juan se encargaron de limpiar el venado y meterlo en la cava, mientras los demás nos tomábamos unas cervezas alrededor de la fogata que previamente habíamos montado para ése efecto.
Juan no se cansaba de echarnos los cuentos de cacería a las cuales durante su vida había asistido y faltarían unas cien noches como ésta para poder disfrutar el ingenio que demuestra éste viejo llanero con su chispa criolla que le encuentra la parte cómica a todo lo que relata en su lenguaje característico y dicharachero.
El cansancio nos venció y a pesar de lo agradable de la reunión con las ocurrencias de Juan y el “loco” Fermín, los dos días de carretera nos pasaron factura y el concierto de ronquidos pronto acompañó el canto de las babas y los pájaros nocturnos que no dejaron que el sueño se hiciera muy profundo.
Amaneciendo nos despertó el galope de unos caballos y cuando salimos de la tienda de campaña estabamos rodeados de unos diez llaneros “de a caballo” armados, que vinieron a averiguar quienes eran ésos guerrilleros que estaban acampando en su Hacienda sin siquiera pedir permiso a los dueños. Era el catire encargado del sitio que conocía Miguel y que al reconocerlo cambió totalmente de actitud y nos hizo un agradable recibimiento invitándonos a ir a la casa del hato y a su vez nos dijo que nos iba a llevar a un sitio donde el tigre había guardado un chiguire para que lo veláramos para ver si lo podíamos tirar ya que nos cuenta que le estaba matando todos los becerros que nacían en la Hacienda.
Se fueron cabalgando los empleados del Hato y Juan nos dijo que ya sabía donde estaba el venado perdido. Los zamuros se reunieron en un sitio que con la luz del día, nos dimos cuenta que el venado estaba mas cerca del campamento de lo que habíamos pensado y fuimos con el Toyota a buscarlo. Lo recogimos y el loco, quien es el experto se encargó de limpiarlo y destazarlo para meterlo en las cavas.
Después de desayunar con parrilla de lomíto de venado, decidimos hacer un lance a los patos que se veían volando al otro extremo de la laguna; nos fuimos a pié Fermín, Ivan y yo bordeando la orilla. Al llegar al sitio, el “loco” hecho a correr como un desesperado hacia el medio de la laguna, gritando y gesticulando, con el agua casi por las rodillas. Los patos por supuesto se espantaron y comenzaron a volar en círculos ascendiendo, lo que nos dio el chance de disparar con las escopetas cuando pasaban sobre nosotros. Bajamos cinco patos que el loco se encargó de recoger en el agua. Esas ocurrencias de Fermin son las que le han dado el mote de “loco”, ya que a mí jamas se me hubiera ocurrido salir corriendo hacia los patos, a los cuales todos están con ganas de disparar; pero la explicación que él nos dio es que dispararlos en el agua cuando están estáticos es muy fácil, por eso él los espanta para que uno tenga la obligación de dispararlos en el aire en pleno movimiento, dándoles la oportunidad de escapar volando. Cuando esta en medio de la laguna y comienza a disparar el loco es todo un espectáculo, su puntería es algo sin par, no pela un tiro y no recuerdo en toda mi vida haber visto a un cazador con tantos atributos naturales ya que además camina como un demonio en el monte y siempre es el que cobra su pieza en todas las cacerías en las que tuve la suerte de acompañarlo.
Regresamos al campamento y ya Juan tenía su equipaje listo para el regreso, nos dijo que ya el mandado estaba hecho y los dos venados que habia venido a buscar ya los tenía asegurados en las cavas.
Ante la alternativa de llevar de regreso a Juan hasta Elorza por carretera a mi se me ocurrió preguntarle a que distancia estaba el río Arauca pues pensé que el camino debía ser mas corto navegando en el bote. A Juan le gustó la idea y después de cruzar una caño, llegamos a un sitio llamado Las Veras en la orilla izquierda del Arauca, sitio donde hay una casita con su conúco y el encargado al ver los preparativos del bote nos preguntó si podíamos darle la cola para hacer algunas compras de comida en el pueblo. Yo le dije que sí y salió corriendo a buscar unas bolsas con queso de cincho (Queso blanco llanero muy salado), que iba a vender en Elorza y que a su vez le producirían el dinero para las compras. Nos despedimos de Miguel y Alfonzo y arrancamos en el bote: Ivan en la proa, Juan del Moral y Francisco nuestro nuevo amigo, en el centro junto con las cavas y la cacería y yo manejando el motor Mercury de 9,8 H.P. que apenas podía con nosotros río arriba. Cuando le pregunté a Francisco mas o menos el tiempo que nos tardaríamos en llegar al pueblo, me dijo que unas dos horas de navegación era lo normal.
Él Arauca en ésta época del año tiene un nivel bastante bajo, lo que hace que sus costas (riberas) quedan a unos dos metros de altura, y ello acumula bastante calor en esa especie de túnel invertido en el que íbamos navegando, sus aguas son terrosas y hay muy pocas playas de arena, el curso da muchas vueltas, como casi todos los ríos llaneros, siendo pocos los tramos rectos, comenzamos a ver babas y caimanes por todas partes formando grupos en los recodos y repisas que forman las costas del río. Remontando la corriente en una pequeña playa que encontramos en la ribera izquierda reduje la marcha pues encontramos una cantidad enorme de cabezas de pescado, habían mas de doscientas y el mal olor era muy fuerte, se trataba de cachámas ó morocotos que habían sido pescados con redes y los limpiaron en ésa playa. Seguimos la marcha y de repente nos cruzamos con unas toninas, que nos siguieron por un rato a ambos lados del bote. Estos animales son muy grandes pasando de trescientos kilos y es raro ver en tan poca profundidad de agua a animales tan grandes. A todas ésta Juan del Moral me decía que pusiera a planear a la voladora (así llaman a los botes de aluminio) que con motores de mas potencia vuélan prácticamente por ésos ríos. Yo le dije que ésa era la máxima velocidad que podíamos alcanzar, ya que el bote llevaba mucho peso y el motor de 9.8 H.P. no daba más. Así transcurrieron cuatro horas y media de recorrido y me comencé a preocupar, el tanque de veinticinco litros de combustible, da normalmente una autonomía de cuatro horas y eso me indicaba que en cualquier momento se nos acabaría la gasolina.
Estas cosas que a veces presentan cuadros dramáticos, no dejaran de pasar nunca, uno confía en los informes de las personas que se supone conocen el sitio y no analiza el carácter despistado que tienen los llaneros con relación al tiempo y el espacio. Ellos no viven pendientes de la hora como nosotros ya que ni siquiera usan relojes, las dos horas que se suponía deberíamos tardar río arriba para llegar al pueblo, se duplicaron y de pronto el motor se apagó. Eran ya las cinco de la tarde y ante la repetida pregunta de cuanto falta para llegar la respuesta fue la de siempre, “el pueblo está ahí mismito”. Nos regresamos corriente abajo a remo alrededor de media hora para llegar a una casa que estaba en la ribera y que acabábamos de pasar y Francisco a Dios gracias conocía a los dueños que amablemente nos dieron unos quince litros de gasolina que no nos querían cobrar, pero ante nuestra insistencia aceptaron el pago y después de agradecer el gesto continuamos la navegación Arauca arriba.
Ya casi oscureciendo llegamos al pueblo y ante la alternativa de navegar de noche de regreso, le comenté a Juan la posibilidad de quedarnos a dormir allí, pero Francisco me dijo que no me preocupara por la navegación de noche pues él es baquiano y conoce bien el río.
El otro problema es que no podía dejar a su mujer y los muchachos solos en la noche y nosotros Ivan y yo, pensamos en lo preocupados que estarían el socio y Alfonzo al ver que no llegábamos en el tiempo convenido.
Mientras Francisco hacía sus compras, Ivan y yo fuimos a buscar la gasolina y el hielo para llenar de nuevo las cavas, que Juan nos devolvió ya lavadas. En una sola carrera recogimos a Francisco en el negocio a orillas del río donde lo habíamos dejado y después de embarcar los sacos con la comida que compró, se sentó en la proa del bote y comenzó a indicarme con ambos brazos el curso que debia seguir. Frente al pueblo de Elorza el río Arauca tiene unos cincuenta metros de ancho y en lo que comenzamos a avanzar me di cuenta del lío en que estaba metido.
La noche se confabuló en contra nuestra y la oscuridad se hizo total en lo que iniciamos la navegación, aquello parecía un túnel sin luces, yo manejando el motor apenas podía ver los brazos de Francisco que en la proa me iba indicando hacia que lado debía cruzar, menos mal que lo que dijo era cierto, se conoce el río como la palma de su mano , además hay otro detalle y es que los llaneros en línea general tienen los sentidos mucho mas desarrollados que nosotros, ven mas lejos y oyen mucho mejor, lo que me recuerda a Miguel, el llanero encargado de el Hato Mata Linda, en la orilla Sur del Caño La Pica, quien nos indicaba cuando se acercaba un avión al sitio, casi veinte minutos antes de que llegara, lo que implica una distancia de mas de cincuenta millas, esto aunque parezca increíble, nos lo demostró en mas de una ocasión llegando incluso a identificar el tipo de avión en vuelo por el ruido del motor, diferenciando las avionetas 182, como el de Jesús Zamora, el YV-487-P, de los Cessnas 206, tal el casodel que felizmente años después compraríamos Miguel y yo.
A mi lo que mas me preocupaba era que el bote se llegara a voltear ó trambucar, como dicen en el Estado Bolívar, ya que la cantidad de babas, caimanes y toninas que vimos durante el viaje de día, se multiplicarían en ésta horas de la noche, la oscuridad no nos dejaba acelerar y como el curso da muchas vueltas se hacia mas difícil la navegación. En muy pocos casos el panorama se aclaraba, cuando las costa se hacían mas bajas ó en las partes en que el río se ensanchaba.
El viaje de retorno se nos hizo muy corto, casi la cuarta parte del tiempo de lo empleado para subir, debido a que es corriente abajo y traíamos mucho menos peso del que llevamos. De pronto y sin previo aviso, Francisco me indicó que me arrimara a la orilla izquierda pues habíamos llegado.
Una luz de linterna y la gritadera de Miguel y Alfonzo que se acercaron al bote, dándonos muestras de alegría por el feliz arribo. Ya un poco mas tranquilos Miguel me recriminó cual muchacho el riesgo innecesario que corrimos al regresarnos de noche, mas le expliqué que mas que todo lo hicimos para evitar que pensaran que habíamos tenido algún percance en el viaje. Nos apresuramos a montar el bote en la camioneta, las dos cavas con hielo y después de tomarnos el cafecito que nos tenia preparado la esposa de Francisco, emprendimos el camino por carretera de regreso al campamento la noche estaba muy estrellada y al alejarnos un poco de la casa de Francisco nos paramos para ver el espectáculo del cielo en toda su plenitud. Al no tener luces que mermen la visibilidad, pudimos ubicarvarias de las constelaciones conocidas, tal el caso de Orión, La Osa Mayor, la Menor, Las Pléyades y la Cruz del Sur.
El Socio ya era baquiano y a pesar de que hay una cantidad grande de desvíos nos llevó derechito al campamento, siendo tan grande el cansancio que nos acostamos sin siquiera haber comido nada.
Muy temprano en la mañana, llegó el Catíre acompañado de un peón, para indicarnos el sitio donde estaba el chiguire escondido por el tigre, había muchas huellas del animal y por su tamaño, pudimos deducir quese trataba de un enorme animal. Cruzamos el caño en un paso de carretera cercano y como Miguel no tenía muchas ganas de caminar, le prestó el 30-06 al loco y yo cogí mi morocha Sarrasqueta con varios cartuchos “tres en boca” y una que otra bala rasa por si aparecía el tigre. Está de mas decir que es la primera vez en mi vida que salía cazar tigres, pero la compañía de Fermín era para mí la mejor garantía de seguridad. Comenzamos a caminar caño abajo, por la margen izquierda sin hacer ruido para no espantar al animal, el camino que seguíamos eran las trochas de los animales de monte, dirigiéndose al agua casi siempre.
Continuamos la marcha hasta llegar al borde del caño, donde el loco me dijo que cruzáramos al otro lado. Le dije que era mejor que él cruzara y yo me quedara de éste lado y así poder cubrir una mayor área de cacería. A el loco no le gustó mucho la idea, pero cruzó el caño y seguimos caminando cada uno por su ribera, no había pasado ni cinco minutos cuando, el estruendo de tres disparos del rifle me hizo tirar al suelo como precaución ya que sonaban muy cerca y parecían mas bien cañonazos en medio de la montaña. Le grité al loco que a que le había disparado y me contestó que a unas guacharacas y que había matado a tres. El asombro mío fue muy grande ya que me era inconcebible el disparar con un arma tan poderosa a unos pobres pájaros, mas aún, el desperdiciar la oportunidad de poder cazar a un tigre, por matar unas guacharacas. La calentera que me invadió fue tan grande que le eché tremenda insultada y a gritos le dije que me iba a regresar caño arriba, ya que con el escándalo de los disparos, el tigre debía estar llegando a Colombia. Atrás se quedó el loco gritándome que lo esperara, pues me iba a perder, pero no se porqué me dio la impresión que el loco había disparado con la intención de espantar al tigre y por lo mismo se me había caído el ídolo del pedestal donde lo tenía bien en alto. Caño arriba por las trillas de la orilla el camino daba muchas vueltas y al llegar al paso donde debían estar nuestros compañeros con el Toyota, me di cuenta que aún no habían llegado, por lo que seguí caminando caño arriba, el calor era sofocante y la vegetación muy alta y tramada contribuía a hacer la caminata mas lenta. De repente me detuve y comencé a escudriñar los alrededores con un sentimiento de peligro que muy pocas veces he sentido pero que se me manifiesta con un incremento de los cinco sentidos y hace que me ponga en alerta quitando de inmediato el seguro de la escopeta, al rato de revisar todo bien, pensé que debía ser el miedo de sentirme solo en un paraje desconocido y cuando iba a comenzar a caminar de nuevo a unos dos pasos estaba una pequeña serpiente cascabel de treinta centímetros atravesada en la trilla, con un color marrón grisáceo y rombos amarillos muy contrastantes aparentemente dormida y que de no haberla visto de seguro la había pisado. La apunté con la escopeta, pero pensé que no valía la pena gastar un cartucho, aseguré de nuevo y saqué la pistola disparándole tres veces para poder pegarle ya que era del grueso de un dedo gordo.
De nuevo se presentó la misma situación anterior y pensando que no debía quedar ningún animal cerca por el ruido de los disparos, regresé sobre mis pasos y en unos diez minutos volví al paso del caño donde ya estaban todos reunidos, incluyendo al loco Fermín.
Al contarles al grupo la ocurrencia del loco, de dispararle a las guacharacas con el rifle 30-06, la mamadera de gallo no se hizo esperar y ahí es donde se ve lo buena gente que es, soportando estoicamente todas las bromas y haciendo chistes de como saltaban la plumas de los pobres pájaros al pegarle las balas de tan grueso calibre.
Entre chistes y bromas llegamos al campamento para preparar el almuerzo que por supuesto se trataba de venado muy bien preparado por el loco, quién se ha especializado en preparar las carnes de cacería con una sazón que no envidia el de los mejores Cheff de Caracas.
Como el viaje de regreso estaba programado para mañana muy temprano, no salimos ésa noche a cazar y nos acostamos muy temprano para poder madrugar.
A las cinco de la madrugada comenzó la actividad y después de empacar la tienda de campaña y recoger todo en la camioneta, nos desayunamos para emprender la larga travesía.
El camino de regreso nos llevó de nuevo a Elorza. Habíamos escondido la cacería bien para evitar que la Guardia nos la decomisara en el camino, al llegar al pueblo, cruzamos el río en la chalana para despedirnos del viejo Juan del Moral y hacer el primer descanso de la larga travesía. Juan nos recibió con las mismas muestras de cariño y al despedirnos notamos cierta tristeza en el rostro de aquel viejo llanero que se desvivió en hacernos placentero éste viaje. Volvimos a cruzar el Arauca en la chalana, ésta vez rumbo Norte, y la carretera hacia Mantecal de nuevo con sus rebaños de reses y chiguires a ambos lados de la vía hace del trayecto un viaje bastante ameno. Al llegar al pueblo de Achaguas, la carretera cruza a la derecha y se enrumba hacia el Este y comienza la vía asfaltada que hace el viaje mucho mas agradable. Pasado el mediodía arribamos a San Fernando de Apure donde aprovechamos para almorzar con carne en brasa que es la especialidad de ésta zona de Venezuela al igual que en el Estado Guarico. Ellos preparan una fogata y atraviesan la carne con unos palos de mas ó menos un metro y los clavan en el piso cerca a la candela para que se vayan cocinando cercanos a las llamas. A la carne solo la adoban con bastante sal y eso hace que se seque y tueste por fuera, quedando por dentro bien cocida, lo acompañan con cachapas, arepas y suero salado que es característico de la región, así mismo el queso de cincho que generalmente es muy salado y ello tiene que ser así ya que lo conservan a la temperatura ambiente por la falta de neveras amen de que la sal hace que el queso absorba mas agua y pesa mas para su venta.
Al salir de San Fernando hay que cruzar el puente sobre el río Apure y pasar obligatoriamente por la Alcabala de la Guardia Nacional que al ver los vehículos con el bote arriba y las caras de los cazadores se lanzan al asalto para matraquearnos impunemente, gracias a Dios que Alfonzo tiene un carnet militar y eso hace que nos dejen pasar sin el consabido pago de peaje.
Rumbo al Norte la carretera pasa por el pueblo de la Urbana y mas arriba están los famosos Esteros de Camaguan, que los forma el río Portuguesa que pasa alrededor del pueblo inundándolo en la época de lluvias. Desde el aire se nota que el río baja de Norte a Sur y como todo río llanero da muchas vueltas y recobécos, llega al Norte del pueblo de Camaguan y gira al Oeste, luego al Sur y mas abajo al Este, rodeando al pueblo, para después seguir su rumbo Sur, para desembocar al Apure pasando por Puerto Miranda.
Nos paramos en los Esteros para tomar algunas fotos y seguimos la carretera al Norte, pasando por el Pueblo de La Negra, ya famoso por su Casabe tipo galleta que es sumamente blando y gustoso y donde también hacen dulces criollos y los venden a la orilla de la carretera. Pasamos por Calabozo y al llegar al Sombrero paramos de nuevo para tomarnos un café y echar gasolina en la Bomba del crucero que divide la carretera que va hacia el Este hacia Chaguaramas y la otra hacia el Norte hacia Camatagua , San Casimíro, Cúa, Charallave, donde conecta la Autopista de Valencia a Caracas, llegando de noche con un cansancio que de seguro va a ser olvidado en el próximo viaje, que no debe pasar de unos quince días.
Caracas, Octubre 15 de 1.999.
Por: Manuel A. Urbina P.
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